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jueves, 2 de octubre de 2014

REPTILES: LOS DUEÑOS DE LA TIERRA

Hacia finales del Carbonífero, hace unos 300 millones de años, los reptiles evolucionaron a partir de los anfibios. Habían transcurrido unos 60 millones de años desde que el primer anfibio (probablemente Ichthyostega) se arrastrara fuera del agua, sentando las bases de la colonización de tierra firme. Al igual que sus antepasados anfibios, todos los reptiles primitivos parecen haber estado confinados al antiguo continente de Euramérica. A diferencia de los anfibios, que necesitan vivir en la inmediata proximidad del agua y requieren un alto grado de humedad para el desarrollo de sus fases embrionarias, los reptiles son capaces de sobrevivir lejos del líquido elemento, lo que les proporcionó suficiente autonomía para adentrarse en las regiones continentales más áridas y colonizar una gran variedad de ecosistemas. Fueron necesarias para ello varias adaptaciones.


En primer lugar se hizo imprescindible la protección del embrión contra la deshidratación que conlleva la subsistencia en un medio seco. Los huevos de los reptiles están protegidos por una resistente cáscara calcárea que los aísla del exterior. El embrión en desarrollo está suspendido en una cavidad llena de líquido rodeada por el amnios. Recibe alimento del saco vitelino a través de los vasos sanguíneos conectados con el intestino. Los productos de desecho son excretados a la cavidad alantoidea. El oxígeno penetra en el huevo a través del corion, que se encuentra bajo la cáscara porosa. Fijaos en la ilustración:


Otras dos innovaciones fueron necesarias para que la conquista de la tierra fuera completa: por una parte era preciso que los reptiles siguieran protegidos contra la deshidratación una vez fuera del huevo. Lo lograron gracias a la adquisición de una capa córnea que revistió sus escamas o su coraza, haciéndola impermeable a la pérdida de agua. Por otra parte, para poder llevar una vida activa, los reptiles debieron adquirir un método de respiración más eficaz que el de sus antepasados anfibios. Los anfibios ventilan los pulmones bombeando aire con la garganta (¿habéis visto respirar a una rana?). Los reptiles desarrollaron un sistema nuevo, que por cierto hemos heredado de ellos, consistente en la expansión y contracción de la caja torácica. El único límite para la capacidad de este sistema es el volumen de los pulmones y no, como en el caso de los anfibios, el volumen de la cavidad bucal.

Entre los reptiles evolucionaron tres tipos de cráneo, con una tendencia a la reducción del volumen óseo y a la sustitución de hueso por material tendinoso, al cual podían fijarse los músculos de las mandíbulas. Los reptiles más primitivos, los anápsidos, carecían de aberturas en el cráneo, por ello sus mandíbulas eran débiles. A partir de los anápsidos surgieron dos grupos principales (véase la ilustración inferior). Los reptiles diápsidos tenían un par de aberturas detrás de cada ojo. En los lagartos, estas aberturas se hicieron más grandes, permitiendo que las mandíbulas se abriesen más. En las serpientes, que son capaces de abrir sus mandíbulas hasta llegar a la luxación, estas dos aberturas se han fusionado en una sola. Las aves presentan una variante del cráneo diápsido de los dinosaurios, con una abertura muy amplia detrás de cada ojo. Por último, los reptiles precursores de los mamíferos (de quienes descendemos), desarrollaron cráneos sinápsidos, con una única abertura a cada lado, en posición baja. En sus descendientes mamíferos esta abertura se ha ensanchado notablemente, lo que nos ha permitido incrementar el poder mordedor de las mandíbulas.


Sin embargo, y pese a todas las importantes adaptaciones mencionadas, los reptiles vivos siguen presentando una de las limitaciones de los anfibios: tienen sangre fría, es decir, la temperatura de su cuerpo depende casi exclusivamente del calor del sol. Con clima frío los reptiles se muestran inactivos. Su limitación les impide desarrollar periodos prolongados de actividad. En cambio las aves y los mamíferos obtenemos la energía de los alimentos, y somos capaces de mantener una temperatura elevada y constante, lo que nos permite mayor actividad durante más tiempo. Es posible que los dinosaurios, o al menos ciertas estirpes de ellos, hubieran dado ya ese paso decisivo hacia la sangre caliente, y fueran por lo tanto homeotermos, como lo somos aves y mamíferos.


A nuestro querido profesor Bigotini le gusta tumbarse un ratito al sol mientras medita (asegura que el sonido parecido a los ronquidos que suele emitir, no es sino el murmullo de su mente trabajando). Acaso sea un atavismo de su remoto pasado reptiliano, o quizá simplemente es que el bueno del profe es ya muy viejecito, y como los lagartos, necesita buscar ese rayo de sol que le devuelva la vida que siente escaparse por momentos.

Morir es como dormir, pero sin levantarse a hacer pis. Woody Allen.



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