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viernes, 17 de abril de 2015

BASILEA. DESFILANDO SOBRE EL RIN

Basilea, una joya a orillas del Rin, se sitúa en la encrucijada donde se unen Suiza, Alemania y Francia. Habitada desde la edad del bronce, tuvo vocación fronteriza desde los tiempos del Imperio romano, cuando fue el último bastión que separaba el mundo civilizado de la amenaza bárbara. Su universidad, fundada en 1459, es una de las más antiguas de Europa, y puede enorgullecerse de contar entre su histórico profesorado con sabios de la talla de Erasmo, Paracelso, Bernoulli, Euler o Nietzsche. El profe Bigotini visitó este templo de la ciencia, integrado en la ciudad medieval, y paseó sus tranquilas calles y sus pequeñas y bien cuidadas plazuelas, respirando su reposado aroma universitario. Esa idílica paz se vio turbada repentinamente por un formidable estruendo. Cada verano, Basilea celebra una reunión de bandas musicales militares y civiles, fiesta hermanada con la de Edimburgo. Es el Basel-Tattoo.


Toda la ciudad se convierte en esos días en un gran desfile. Infantes y caballeros caminan a ritmo de marcha por las callejas de la vieja ciudad medieval, y cruzan el puente monumental sobre el Rin, heredero de aquel famoso puente de madera que convirtió a Basilea durante siglos en el enclave estratégico que permitía salvar el obstáculo fluvial. Bigotini pronto se dejó atrapar por el colorido de la fiesta. Hay agrupaciones de los cinco continentes, pero quizá quienes cosechan mayores ovaciones del público son a partes iguales, los gaiteros escoceses y las esbeltas majorettes. Esto viene a confirmar que la gente tiene debilidad por las minifaldas.


En la arquitectura basiliense destacan la catedral gótica, que comenzó a construirse en el siglo XI, y la Rathaus o ayuntamiento, un original exponente del Renacimiento centroeuropeo. La catedral cuenta con un impresionante claustro-cementerio, cuyo ambiente extrañamente latino, lo aleja de los clásicos claustros góticos del área protestante. Junto al ayuntamiento está la plaza del mercado, siempre bulliciosa y alegre con sus tenderetes y coloridos puestos de comestibles. Resulta imprescindible probar las deliciosas tostadas de queso fundido con salchichas que se exhiben en los abigarrados puestos de quesos, donde se mezclan toda clase de tentadores aromas. Hay que consumirlas bien calientes y acompañarlas de abundante cerveza.


Todavía achispado por la cervecita, nuestro profe se refugió de la lluvia pertinaz bajo los soportales de la vieja Rathaus, y al cesar el chubasco recorrió parsimonioso la orilla del Rin. Recordó entonces a otro conocido basiliense, Karl Ernst Krafft, un tipo que, a decir verdad, desentona un tanto en la lista de personajes ilustres asociados a la ciudad. Krafft era astrólogo, y según sus numerosos seguidores, era el mejor. Empleó sus conocimientos de esta pseudociencia en una empresa nada loable. Krafft fue el astrólogo oficial del nazismo, y si era el mejor, no quiero pensar cómo serán los peores. Consultados debidamente los astros, el pájaro vaticinó a Hitler la victoria en la guerra, y aseguró que el desembarco de los aliados se produciría en el sur de Italia. O sea, un lince, vamos.


Nietzsche dice que viviremos la misma vida nuevamente. ¡Dios mío, tendré que ver otra vez a mi agente de seguros! Woody Allen.



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