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viernes, 24 de abril de 2015

RIEGO POR ENERGÍA SOLAR. UN INVENTO MUY ANTIGUO

Los árboles son capaces de transportar el agua del suelo, absorbida por las raíces, hasta las hojas de las ramas más altas. Y ya sabemos que hay árboles que alcanzan alturas verdaderamente notables. ¿Cómo funciona el mecanismo de transporte en estos casos?
Pues bien, a diferencia de las células de las raíces, que están vivas y realizan una absorción activa, las que forman la madera del árbol, situadas a lo largo del tronco, están muertas. Constituyen una red inerte de células muertas interconectadas. Un tejido leñoso que recibe el nombre de xilema. El xilema está formado por diferentes tipos de células. Las que transportan el agua, que son las que nos interesan, son alargadas y estrechas, y presentan una disposición vertical. Poseen cavidades abiertas en los extremos, y se acoplan unas a otras, formando una especie de tuberías.

El agua (y las sales minerales que lleva disueltas) se desliza de una célula a otra en sentido ascendente, por obra de la diferencia de presión que existe entre ambas. Pero, como hemos dicho, estas células están muertas. Por lo tanto no ejercen ninguna función activa, limitándose a servir de conducto al agua. Podría pensarse que existe una presión positiva que ejercieran las raíces, bombeando el agua en sentido ascendente. No es así, y esto puede comprobase fácilmente, puesto que al talar el árbol, no emergen unos chorros de agua del tocón. Se trata por el contrario, de una presión negativa de succión que se ejerce desde la copa del árbol. El motor es ni más ni menos que la misma energía solar.

El calor del sol hace que se evaporen las moléculas de agua que se concentran en las hojas. Cada gota evaporada ejerce un pequeño arrastre en sentido ascendente de las moléculas de agua adyacentes. Esto se debe a la polaridad del agua. Cada una de las moléculas tiene una parte cargada positivamente, enfrentada a la carga negativa de la molécula contigua. Este mecanismo se extiende por todo el trayecto desde las hojas más distantes hasta las raíces, por muy largo que sea este recorrido, y sabemos que puede ser de varias decenas de metros. Así que ya lo veis. El calor del sol pone en marcha este milagroso sistema. Es un invento (deberíamos decir una adaptación) realmente muy antiguo, puesto que se remonta al principio del Devónico, hace nada menos que unos 400 millones de años. La naturaleza y la evolución nos ofrecen diariamente estas lecciones. Sólo podemos asombrarnos y admirar una vez más su sencilla perfección.

Señorita, envíese un ramo de rosas rojas, y escriba ‘te quiero’ al dorso de la cuenta. Groucho Marx.


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