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lunes, 2 de noviembre de 2015

DOMINGOS POR LA TARDE

Todos tenemos un pasado. También lo tiene el profesor Bigotini. Parece difícil de creer, claro, porque el bueno del profe ahora es una especie de mito: el legendario sabio dedicado a la ciencia en cuerpo y alma, y por lo tanto carente de vida familiar. Sin embargo… hubo un tiempo en el que estuvo casado como tantos otros millones de tipos corrientes en todo el mundo. Él nunca habla de este tema, pero a base de investigar, estamos en condiciones de revelar a los fieles seguidores de nuestro blog, lo sustancial de esta desconocida etapa de su dilatada biografía (casi tan dilatada como su nariz).

En efecto, Bigotini contrajo matrimonio con una señorita muy guapita y un poquito cursi, a la que si os parece, y para no incurrir en indiscreción, llamaremos Conchi, como podríamos haberla llamado Carmencita o Maripili. Antes de la boda pasaron por el reglamentario noviazgo, que en aquellos tiempos consistía básicamente en salir a dar un paseo por el parque cogiditos de la mano; tomar un chocolate con churros en una cafetería cuyo camarero, un señor andaluz muy salao llamado Manolo, les preguntaba siempre: ¿qué van a tomar los tortolitos?, cuando sabía perfectamente que querían chocolate con churros, porque era lo que siempre pedían; o ver una película de tiros en el cine del barrio. Cuando se aburrieron de hacer estas cosas cada domingo por la tarde, decidieron casarse, porque eso es lo que hacían las parejas normales y decentes. Se casaron un domingo por la tarde en una iglesia muy bonita llena de vírgenes con niños, sanroques con perritos y sansebastianes acribillados a flechazos.

Los meses anteriores a la boda, Conchi se había hecho un ajuar precioso repleto de puntillas y bordados. Eligió un vestido blanco encantador, con un escote acaso un poco exagerado. El cura, que era bastante borde, le obligó a ponerse un chal encima, diciéndole que así no podía entrar en la iglesia. Ella quiso protestar tímidamente: pero padre, el derecho divino… Si hija, le atajó el cura, y el izquierdo también, pero así no puedes entrar en la iglesia. Bueno, el caso es que se casaron tan felices y comieron perdices escabechadas que estaban riquísimas, en un restaurante de mucho postín. El profe alquiló un piso muy coqueto, y Conchi lo amuebló con mucho esmero. Tenían una cocina muy hermosa y muy soleada, con una nevera grandota. Tenían un tresillo comodísimo, que Conchi remató con unos tapetitos de ganchillo. Tenían un televisor blanquinegro y tripudo con una muñeca vestida de sevillana en lo alto… Vaya, que tenían de todo.

chica, ¿qué te hace tu marido con esa narizota?
Los domingos por la tarde los pasaban en casa. Algunas veces iba a visitarles otro matrimonio muy simpático: Juani, que había sido compañera de colegio de Conchi, y su marido Paco, un tipo la mar de dicharachero, que tenía la manía de dar a Bigotini unas palmadas en la espalda tremendas, miraba el partido de fútbol que ponían en la tele, insultaba al árbitro como si pudiera oírle, y se bebía todas las cervezas de la nevera. Mientras tanto, las esposas cuchicheaban: chica, ¿qué te hace tu marido con esa narizota?, decía Juani. Y Conchi se ruborizaba sin poder parar de reír…

Uno de esos domingos por la tarde, cuando estaban esperando que Paco y Juani llegaran de un momento a otro, Bigotini explicó a Conchi que se había quedado sin tabaco, y tenía que bajar al bar a comprarse una cajetilla. No tardes, cariñito, le respondió, y cuando ya se había ido, pensó: qué raro, si mi cariñito no ha fumado nunca…

qué raro, si mi cariñito no ha fumado nunca...
Treinta y ocho años después, precisamente un domingo por la tarde, ambos se encontraron por casualidad a bordo del expreso de Irún. Ella dijo: cariñito, no te veía desde aquel domingo por la tarde en que marchaste a comprar tabaco. A lo que Bigotini respondió exclamando: ¡Caramba, el tabaco!, ¡lo he olvidado otra vez!, y se tiró del tren en marcha.

Yo no quiero domingos por la tarde,
yo no quiero columpio en el jardín,
lo que yo quiero, corazón cobarde,
es que mueras por mí.
Joaquín Sabina.



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