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sábado, 30 de enero de 2016

ROBERTO ARLT. BOEDO ANTIGUO Y BUENOS AIRES FANTÁSTICA


Roberto Arlt es uno de esos benditos escritores malditos imprescindibles para entender la literatura contemporánea en lengua española. Nació en Buenos Aires en 1900. Era hijo de un emigrante alemán con el que nunca llegó a entenderse, y de una italiana enamorada de la poesía, que de niño le leía a Dante y a Torquato Tasso. Abandonó la casa paterna sin terminar la escuela elemental, tuvo que ganarse la vida ejerciendo una multitud de oficios, mientras frecuentaba las bibliotecas devorando las novelas de Salgari, Verne, Kipling o Stevenson. Descubrió después a Dostoievski y a Gorki, que le deslumbraron.

Arlt formó parte del grupo Boedo, que tomó su nombre de la célebre zona suburbana rioplatense (San Juan y Boedo antiguo y todo el cielo… susurra el tango). Con gran esfuerzo se labró una reputación como periodista, profesión que le dio de comer durante el resto de su vida. Su primera gran novela, El juguete rabioso, marcó un antes y un después en la literatura argentina. En 1929 publicó Los siete locos, acaso su obra más conseguida. Como periodista cabe destacar su labor como corresponsal en la España prebélica de los años treinta, y sobre todo su columna Aguafuertes porteñas, en la que exhibió un despliegue de humor e ironía, señalando los vicios de la sociedad bonaerense de su tiempo.


La crítica oficial trató mal a Roberto Arlt, reprochándole su escasa formación académica. Falleció muy joven, en 1942, y su talento no fue reconocido por completo hasta los cincuenta, cuando su obra fue revindicada por Jorge Luis Borges, entre otros. Biblioteca Bigotini os ofrece la versión digital de su cuento La extraordinaria historia de dos tuertos, perteneciente a su extensa colección de narraciones breves. Haced clic en la portada y disfrutad de la prodigiosa imaginación y el talento literario de Roberto Arlt, un argentino universal.


San Juan y Boedo antiguo y todo el cielo. Pompeya y más allá la inundación. Tu melena de novia en el recuerdo, y tu nombre flotando en el adiós…



martes, 26 de enero de 2016

AUSTRALOPITHECUS AFRICANUS. OTRO PASO ADELANTE


El primer fósil de Australopithecus africanus se desenterró en el Transvaal sudafricano en 1924. Se trataba del cráneo casi completo de un ejemplar infantil. Desgraciadamente el foco de atención de los especialistas se desplazó rápidamente hacia otro hallazgo efectuado en Inglaterra, el llamado cráneo del hombre de Piltdown, que luego resultó ser un fraude. Después, y siempre en tierras africanas que, como parece ya archidemostrado, son la cuna de nuestra estirpe, se fueron desenterrando muchos más restos fósiles pertenecientes a la especie que nos interesa.
Las zonas de habitación de Australopithecus africanus fueron las actuales Etiopía, Kenia, Tanzania y Sudáfrica, y su época de máxima expansión puede datarse a finales del Plioceno, si bien existe alguna controversia en cuanto a si la aparición de A. africanus fue anterior o posterior a A. afarensis. En cualquier caso parece seguro que debieron convivir durante algún tiempo, y que se trataba de especies íntimamente emparentadas.


Australopithecus africanus era un homínido de 1,3 m de altura que vivió hace entre tres y un millón de años antes que nosotros. Su cerebro era relativamente pequeño, con una capacidad de unos 400 cc., que lo aproximaba a los actuales chimpancés. El rostro conservaba aun las pesadas mandíbulas propias de los simios. Su dentadura puede calificarse de bastante humana, excepto por el mayor tamaño de los caninos.


Como A. afarensis, Australopithecus africanus poseía una estructura ligera, con un peso aproximado de unos 30 Kg., y por supuesto caminaba perfectamente erguido. La hipótesis más extendida entre los especialistas es que había abandonado las regiones boscosas para habitar en la sabana y en espacios abiertos. Es indudable que se socializaba en grupos familiares similares a los que pueden observarse actualmente entre los grandes simios. También parece probado que estos individuos cazaban en grupos, o que al menos eran capaces de disputar las presas a grandes carnívoros, alimentándose de la carroña. Mucho más dudoso es el hecho de que manejaran herramientas, como algunos les han atribuido. Los supuestos utensilios de hueso que se han hallado en sus yacimientos están fabricados de manera tan tosca que acaso sólo son restos de la comida de alguna hiena. Con todo, los vegetales, tallos, raíces y semillas, constituían lo principal de su dieta.


Tal como ocurre con A. afarensis, a la vista de los datos de que disponemos resulta imposible afirmar con seguridad que Australopithecus africanus fuera uno de nuestros antecesores directos. De lo que no cabe la menor duda es de que se trata de una criatura con la que compartimos un antepasado común no demasiado lejano en el tiempo geológico. Por las características que conocemos de las diferentes especies fósiles, en Bigotini optamos por considerar nuestro antepasado a Australopithecus afarensis, de quien hablamos en un reciente artículo. No obstante, ya sabéis que estas opiniones están sujetas a continua revisión, en virtud de los hallazgos fósiles que vayan surgiendo. El profe aun espera ansioso que desentierren un cráneo con una gran nariz de berenjena.


El mejor maestro es el tiempo. Desgraciadamente acaba matando a todos sus discípulos.



sábado, 23 de enero de 2016

LEONHARD EULER Y LA MATEMÁTICA MODERNA


Leonhard Euler, un suizo nacido en Basilea en 1707, puede considerarse no solo como el más brillante matemático del siglo XVIII, sino también uno de los más grandes de todos los tiempos, y por encima de todo, el iniciador de lo que puede llamarse la moderna matemática. Su notación y su forma de hacer no difieren ya de los usos de los matemáticos actuales. Euler inauguró un tiempo nuevo y unas nuevas maneras en su especialidad. Es el padre de la función y del análisis matemático. También destacó en geometría, mecánica, óptica y física. Fue un notable astrónomo, hasta el punto de merecer el honor de que un asteroide fuera bautizado con su nombre.
Se crió en una familia de rancia tradición calvinista (su padre, Paul Euler, era pastor de la Iglesia). La familia era amiga de los Bernoulli, célebre saga de científicos en la que destacó Johann Bernoulli, matemático prestigioso que ejerció gran influencia sobre el joven Euler.

A la muy precoz edad de trece años Euler ingresó en la Universidad de Basilea, doctorándose en filosofía, y adquiriendo profundos conocimientos de teología, griego y hebreo. Fue entonces cuando Johann Bernoulli descubrió su excepcional talento para las matemáticas, y le orientó por ese camino. Leonhard ganó en doce ocasiones el prestigioso premio de la Academia de las Ciencias francesa, lo que le granjeó una gran reputación. Marchó luego a San Petersburgo, en cuya Academia pasaría la mayor parte de su vida, trabajando junto a Daniel, hijo de su mentor Johann Bernoulli. Sus amplios conocimientos de fisiología le procuraron el nombramiento de médico de la Armada rusa. Gozó de gran prestigio en vida de Pedro I y de su viuda Catalina, pero a la muerte de esta última, cayó en desgracia como el resto de los científicos en Rusia, así que regresó a su Basilea natal, y poco más tarde a Berlín, donde gozó durante algún tiempo de la especial protección del emperador prusiano Federico II.

Regresó a Rusia en 1766, tras el ascenso al trono de Catalina la Grande. Allí pasaría el resto de su vida. Su salud se quebrantó seriamente, perdiendo la vista y siendo víctima de infinidad de achaques. Finalmente Leonhard Euler falleció en San Petersburgo, su ciudad adoptiva, en 1783. Sus restos reposan en el Monasterio de Alejandro Nevski, donde fueron trasladados en el siglo XX por las autoridades soviéticas. En su epitafio figura una frase del filósofo francés Nicolás de Condorcet: dejó de calcular y de vivir. Así concluyó la vida de este suizo-ruso universal cuyas contribuciones al desarrollo de la teoría y la práctica matemática resultan hoy impagables. El conjunto de su ingente obra ocupa entre 60 y 80 volúmenes. Su teoría de grafos se emplea en la moderna confección de mapas y planos, adaptándose perfectamente a los soportes informáticos, y sus avances en cálculo no han sido superados hasta la irrupción de la computación.
Podemos afirmar sin duda que Leonhard Euler fue el padre de la moderna ciencia matemática. Una mente adelantada a su época. Uno de los científicos más influyentes de la Historia.

Siento pasos, siento gente, siento quince y siento veinte.



martes, 19 de enero de 2016

PURGATORIO, RENACIMIENTO Y REDENCIÓN


A quienes éramos niños hace unas cuantas décadas, nos enseñaban en las inevitables catequesis que las almas de los recién nacidos que morían sin recibir el bautismo, iban a parar a un misterioso lugar llamado limbo. Si preguntabas por el limbo a los curas, no sabían decirte si era un buen o un mal sitio, simplemente se encogían de hombros y concluían que no era bueno ni malo, era el limbo y nada más. Ante semejante indefinición, a nadie extrañó que recientemente el Papa de Roma (ahora no recuerdo si fue Juan Pablo II o Benedicto XVI) decretara su desaparición. Oficialmente pues, para la Iglesia Católica el limbo ya no existe.
Sin embargo sigue existiendo el purgatorio, una especie de recinto intermedio entre el cielo y el infierno, donde las almas de ciertos difuntos pasan un periodo indefinido hasta que, redimidos definitivamente de sus pecados, pueden al fin gozar en el cielo de una vida después de la vida, eterna y feliz.

Sin embargo, no siempre fue así. Para empezar, el purgatorio no aparece en ninguna parte de las escrituras. Se trata de un invento renacentista que comenzó a gestarse durante la Baja Edad Media, adquirió carta de naturaleza literaria en la Divina Comedia de Dante y fue consagrado como dogma de fe por la teología oficial. Podemos situar el definitivo “descubrimiento” del purgatorio en el siglo XIV. Es un territorio plagado de sugerencias, que tras su definición dogmática y su consagración dantesca, siguió ocupando la imaginación de la jerarquía eclesiástica, de los escritores de la época y hasta del pueblo llano. Un más allá concebido como un espacio físico con su precisa geografía. Un mundo no menos real por más imaginario, que alcanzó alguna notoriedad ya en el siglo XIII con la narración de H. de Saltey, un monje cisterciense que describió el descenso al purgatorio del caballero Owen.

Y es que la idea del purgatorio se corresponde muy bien con los ideales caballerescos de redención a través de acometer alguna ardua empresa. En la ceremonia de armar a los caballeros, especialmente a los pertenecientes a órdenes religiosas, lo mismo que en cualquier rito de iniciación, hay siempre esa cualidad de muerte y posterior renacimiento. Muy a menudo el aspirante recibe después de haber sido iniciado, un nuevo nombre. Es el símbolo de su nueva identidad recién adquirida, de su redención. El penitente purga sus pecados, bien a través de la oración, la mortificación y el dominio de la servidumbre de la carne, o más frecuentemente mediante el cumplimiento de una promesa, una peregrinación… El Camino de Santiago se llena de peregrinos henchidos de fe, a la vez que en los cenobios se flagelan las carnes y se reprimen las humanas pasiones. Es tiempo de penitencia.


El purgatorio del caballero Owen se hallaba en una cueva situada en una isla en medio de un lago en un país remoto. Es el que su autor llama el purgatorio de San Patricio, un paraje que según los hagiógrafos del santo irlandés, fue el propio Jesucristo quien se lo había mostrado. Según la tradición, los aspirantes debían cumplir un riguroso ceremonial que precedía a la entrada en la cueva. Aquel que en estado de gracia descendiera al purgatorio y supiera resistir el acoso de los diablos sin flaquear en la fe, alcanzaba el perdón de sus pecados. La definitiva indulgencia que por otra parte podía obtenerse mediante la compra de bulas pontificias, aquellas bulas que tanto indignaban (y con razón) a los reformadores centroeuropeos.

Hubo muchos que a imitación del caballero Owen, descendieron a oscuras cuevas o cumplieron extremadas penitencias. El ejemplo cundió de forma muy especial en el reino de Aragón, donde el ideal caballeresco tuvo acaso más predicamento que en ningún otro lugar. Sirvan de ejemplo en este sentido la correspondencia entre el rey Juan I y Ramón de Perellós, o el admirable tratado de Raimundo Lulio sobre el Orden de la Caballeria. En ocasiones los expedicionarios a esos abismos o purgatorios terrenales, afirmaban haber encontrado en ellos a tales o cuáles personas que les transmitían encargos de ultratumba para sus amigos o sus deudos. Piedad, picaresca, imaginación desbordada e histeria colectiva se dieron la mano en este asunto para celebrar una especie de danza macabra que a menudo tenía muy poco que ver con la verdadera religiosidad. Bueno. Eran tiempos desmesurados y heroicos que no conviene medir con el mezquino rasero de nuestro moderno racionalismo. Fue una época fantástica y brutal, de la que somos directos herederos culturales.

La fantasía permanece siempre joven. Lo que no ha ocurrido jamás, no envejece nunca.



sábado, 16 de enero de 2016

MERLE OBERON, LA MIRADA EXÓTICA


Merle Oberon, mujer de mirada misteriosa con aromas orientales, supo seducir primero a los espectadores británicos, para después dar el salto a Hollywood y meterse en el bolsillo al público de todo el mundo.
A su innegable belleza unió un talento interpretativo más que notable, que la dotaba lo mismo para el drama que para la comedia. Merle Oberon arrasó en los treinta y en los cuarenta. Años después le atacó un mal muy extendido en el firmamento cinematográfico: el pánico a las arrugas. Como quiera que antaño la cirugía estética no estaba ni tan extendida ni tan perfeccionada como ahora, las estrellas maduritas debían echar mano de recursos tales como el maquillaje por kilos o las imágenes veladas. La Oberon se convirtió así en la década de los cincuenta, en una belleza algo hierática, lo que no le impidió hacer una Josefina creíble junto a un Marlon Brando al que casi doblaba la edad.
Filmoteca Bigotini os brinda hoy el enlace para visionar uno de esos reportajes sensacionalistas de la tele americana sobre la biografía “secreta” de la estrella. Haced clic en el cartel. Es muy curioso, os lo aseguro.



Próxima entrega: John Barrymore

martes, 12 de enero de 2016

LA ENERGÍA DEL PUNTO CERO, UNA UTOPÍA FÍSICA


Desde Arquímedes hasta Nikola Tesla, pasando por Leonardo de Vinci, el sueño mecánico del movimiento perpetuo, de la energía libre que jamás se agota y sale “gratis”, ha fascinado a los hombres de ciencia de todas las épocas.
El original concepto de energía del punto cero, fue propuesto en 1913 por Albert Einstein y Otto Stern. En el universo invisible que describe la mecánica cuántica, la energía del punto cero se define como la energía más baja que un sistema puede poseer. En otras palabras, se trataría de la energía residual de un sistema, una vez extraída del mismo toda la energía posible. Hablamos de un concepto teórico que adquiere carta de naturaleza en el ámbito infinitesimal de las partículas subatómicas. Un concepto, por lo tanto, más teórico que práctico, puesto que por definición no es posible extraer, utilizar o aprovechar de ninguna manera esa energía del punto cero. Si podemos extraer algo de energía, por poca que sea, aun no hemos llegado al punto cero.

Albert Einstein y Otto Stern

Einstein y Stern lo expresaron mediante la siguiente fórmula:


de la que fácilmente puede deducirse que la energía del punto cero jamás podrá tener un valor cero. Incluso a una temperatura de cero absoluto, la energía de un sistema atómico tendrá un valor de ½ hv2

Prescindiendo de ecuaciones, la imposibilidad se entiende fácilmente con sólo invocar la naturaleza doble de la materia, formada por partículas y ondas. Como las ondas vibran, oscilan y poseen por lo tanto una energía de oscilación, todo oscilador posee una energía asociada a su frecuencia de oscilación (energía cinética). La única forma de que la energía fuera nula, sería que la frecuencia fuera cero, es decir, que no oscilara. Pero naturalmente, una onda que no oscila, no es una onda, y las partículas (y por extensión toda la materia) son ondas. Concluiremos pues que la energía jamás podrá ser nula.

Y por si esta explicación no fuera lo bastante ilustrativa, puede invocarse el principio de incertidumbre de Heisenberg. Según este principio no podemos determinar con precisión y de forma simultánea la posición y la velocidad de una partícula. Cuanto más seguros estemos de la primera, menos lo estaremos de la segunda y viceversa. O sea, que podremos tener indeterminación “cero” en una de ellas, pero a cambio tendremos indeterminación infinita en la otra.
De esta forma ya vemos que se trata de una verdadera utopía física. Quienes nos seguís habitualmente ya sabéis por otros artículos que las leyes naturales son inviolables. La energía libre, las máquinas de movimiento perpetuo, violarían nada menos que la segunda ley de la termodinámica. Algo absolutamente imposible, cuya persecución y seguimiento puede compararse en ciencia, a la incesante búsqueda del santo grial en la mitología y la mística cristianas. El profe Bigotini que, como aquel caballero Lanzarote, es limpio de corazón, levanta la visera de su yelmo y con las manos puestas en la cruz de su espada, os promete nuevas entregas y nuevas aventuras científicas. Hasta pronto.

No existe un solo error que no haya tenido sus seguidores.


sábado, 9 de enero de 2016

ARISTÓFANES, EL PADRE DE LA SÁTIRA


Aristófanes fue un ateniense nacido en 444 y fallecido en 385 a.C., a quien se considera el comediógrafo griego que cultivó con mayor acierto y talento el género cómico. Podemos considerarlo también el padre de la sátira, que ejerció de manera mordaz y por momentos feroz.
Su devenir biográfico, del que desconocemos muchos extremos, discurrió durante las Guerras del Peloponeso, la época de mayor esplendor del apogeo ateniense tanto político como cultural. Aquella edad de oro, que también conocemos como el siglo de Pericles, dio al mundo grandes artistas, filósofos e intelectuales, entre ellos el propio Sócrates, a quien se tiene por el fundador de la escuela filosófica clásica.

Precisamente Aristófanes se burló de Sócrates en su obra Las Nubes. Y es que nuestro comediógrafo, en el terreno ideológico, fue lo que se dice un personaje ultraconservador, enemigo acérrimo de todo lo que se apartara de la ortodoxia religiosa o filosófica.
Fue un autor prolífico. Aunque tenemos noticia de muchas otras obras de Aristófanes, e incluso existen referencias a sus títulos y a su contenido, sólo han llegado completas hasta nosotros once de ellas: Los acarnienses, Los caballeros, Las nubes, Las avispas, La paz, Las aves, Lisístrata, Las Tesmoforias, Las ranas, Las asambleistas y Pluto. Todas ellas se atienen al esquema del teatro tradicional griego clásico, con una estructura en la que alternan el diálogo de los personajes y el canto de los coros. Salvando las oportunas distancias, serían lo más parecido a lo que ahora llamaríamos comedias musicales.


Aristófanes puso sobre las tablas algunos personajes inolvidables. Acaso el más emblemático sea el de Lisístrata, una mujer fuerte y rebelde, que puede considerarse como el más lúcido antecedente del feminismo. Biblioteca Bigotini tiene el placer de ofreceros una espléndida versión digital de su obra Las avispas, quizá la que ilustra de forma más certera el estilo y el humor de Aristófanes. La obra fue presentada a concurso durante las fiestas Leneas de 422 a.C., obteniendo el primer premio por aclamación. Se centra en la crítica inmisericorde al político ateniense Cleón, uno de los blancos preferidos de las sátiras de Aristófanes. Los personajes principales son Filocleón (el amigo de Cleón) y su hijo Bdelicleón (el que odia a Cleón). Para impedir que su hijo forme parte de un tribunal, el padre lo deja encerrado en casa, pero el hijo consigue evadirse gracias a un subterfugio que satiriza de forma jocosa el episodio de La Odisea en el que Ulises escapa de la cueva del cíclope Polifemo. Haced clic sobre la ilustración y deleitaos con el humor de esta deliciosa y graciosísima comedia. Que la disfrutéis.

Para hacer reír al público sólo necesito un parque, una chica guapa y un policía. Charles Chaplin.



martes, 5 de enero de 2016

EL INCREÍBLE MUNDO BACTERIANO



Creo que ya hemos dicho aquí alguna vez que las bacterias son las reinas, las dueñas y señoras de nuestro planeta. Por el momento no disponemos de pruebas en el sentido de que habiten otros mundos, pero lo cierto es que no resultaría nada sorprendente. Las bacterias, que con las arqueas constituyen el reino de los seres vivos procariotas (que carecen de núcleo), son unos organismos verdaderamente curiosos. Son muy simples, hasta el punto de que muy probablemente fue una bacteria, o algo muy similar a ella, el antepasado común de todos los demás organismos vivos que habitamos la Tierra. Pero a la vez son estructuras de una enorme complejidad, dotadas de una membrana que las protege y aísla del medio, de flagelos, cilios y otros muy diferentes medios de locomoción que les permiten desplazarse, de metabolismos que les facultan para obtener energía a partir de un sinfín de nutrientes, de mecanismos de reproducción asombrosamente rápidos y eficaces…

Las bacterias han colonizado todos los ecosistemas conocidos, y hasta algunas especies a las que llamamos extremófilas, son capaces de desarrollarse y prosperar en condiciones extremas, tal como indica su nombre. Las hemos encontrado enterradas a gran profundidad y en la estratosfera. Resisten temperaturas de más de 100º en las fumarolas volcánicas, y sobreviven al intenso frío de los hielos árticos. El blog de Bigotini se propone hoy abrumaros con algunas cifras relativas a las bacterias que resultan sencillamente asombrosas. Por ejemplo, se calcula que existen 5 x 1030 bacterias en el mundo. Eso son cinco millones de trillones de trillones. A pesar de su tamaño microscópico, su masa total supera con creces al resto de la biomasa del planeta. Si sacásemos las bacterias que habitan bajo tierra y las colocáramos en la superficie, se elevarían a una altura de quince metros. En cada gramo de arena hay cuarenta millones de células bacterianas. En cada litro de agua hay mil millones.


En nuestro cuerpo albergamos un promedio de ochocientos billones de bacterias. Superan el número de nuestras propias células en una proporción de uno a diez. Tenemos un millón y medio de bacterias en cada centímetro cuadrado de piel, y eso con una higiene escrupulosa. Deja de ducharte durante una semana, y esa cifra se triplicará. Tienen predilección por los lugares húmedos y cálidos, como los pliegues de ingles y axilas, la parte de atrás de las orejas, los dedos de manos y pies, las uñas, las zonas pilosas, la nariz, la boca o los genitales. El peso de las bacterias que llevamos encima en cualquier momento ronda los dos kilos. Nuestro ombligo puede llegar a albergar a casi un billón de bacterias. Se han identificado en los ombligos un promedio de 2.400 especies bacterianas distintas. Hay especies patógenas capaces de provocar diversas enfermedades infecciosas, pero la mayoría de nuestras bacterias residentes o bien son inocuas, o en muchos casos beneficiosas.

Las residentes, las que forman parte de nuestra flora bacteriana habitual, provocan pequeñas molestias como caries, halitosis o mal olor corporal, pero también nos prestan grandes servicios. Los aproximadamente cien billones de bacterias que pastan en nuestro tubo digestivo se encargan de funciones esenciales para procesar los alimentos. Por ejemplo, sin ellas no seríamos capaces de digerir la celulosa. Si no existiera esta estirpe bacteriana, no habría herbívoros. Adiós a la cadena trófica, y adiós a la vida animal. Las bacterias intestinales realizan el trabajo de producir vitaminas, biotina, ácido fólico y otros nutrientes igualmente esenciales. Son capaces de extraer el nitrógeno que es la materia prima para fabricar aminoácidos y hasta el mismo ADN. Las bacterias devoran los desechos y se encargan de transformarlos en gases, que los seres humanos (desde el más humilde aldeano hasta las emperatrices) eliminamos con la mayor naturalidad.


Después de una colitis, la mayor parte de nuestra flora residente se va por el desagüe. En los siguientes días se entabla en nuestro interior un combate sin cuartel entre las estirpes supervivientes, por ocupar territorios y hacerse con el poder en esa tierra media que es nuestro intestino. Ayuda mucho a la reposición consumir yogures o productos a base de lactobacilos. Vienen a ser los elfos que llegan a tiempo a la batalla del abismo de Helm. Durante la lucha se producen grandes cataclismos que percibimos en forma de retortijones y un sinfín de molestias. Pero no temáis, el viejo Bigotini os asegura que todo terminará bien. El sol volverá a brillar sobre la Comarca, y un ojo rosado y amable sustituirá al ojo siniestro del Señor Oscuro.

La leche materna no sólo es el mejor alimento infantil, sino el que viene en el envase más atractivo.



sábado, 2 de enero de 2016

AVICENA, EL ARISTÓTELES DEL ISLAM


Avicena es el nombre latino con el que se occidentalizó y popularizó en la Europa cristiana a Abu Ali al-Husayn ibn Allah ibn Sina, un médico, filósofo y científico persa, nacido el año 980 en Afshana, actual Uzbekistán. Puede decirse sin exageración que Avicena fue el Aristóteles musulmán, a quien por cierto leyó y estudió a través de las traducciones y comentarios de al-Farabi, el principal introductor de la filosofía aristotélica en el mundo islámico. Como médico se considera a Avicena uno de los tres grandes precursores de la ciencia médica universal, junto a Hipócrates y Galeno. Cursó sus primeros estudios en Bujara, capital del reino de los Samaníes. Muy pronto adquirió extensos conocimientos en matemáticas, física, lógica y filosofía. Siendo todavía adolescente ya se le tenía por toda una autoridad en el Corán, y con solo diecisiete años, adquirió gran reputación como médico, al sanar al emir Nuh ibn Mansur.

Tras la caída del reino samaní en 999, Avicena se trasladó a Hamadán, donde su emir le nombró primer ministro. Allí alternó sus tareas de gobierno con el estudio de la música y la astronomía, y hasta tuvo tiempo de escribir varios tratados entre los que destaca su Canon médico. A los veinte años era ya autor de varias decenas de obras, todas ellas enormemente influyentes en la ciencia de su tiempo. Viajó extensamente por todo el mundo islámico. Su creciente fama le granjeó sin duda prestigio, pero también le procuró enemigos, y algunos tan importantes que en 1021 dio con sus huesos en la cárcel, de donde logró evadirse disfrazado de derviche.

A los treinta y dos años publicó la que está considerada como su gran obra, el Canon médico, que traducido al latín por Gerardo de Cremona, se popularizó en occidente hasta el punto de convertirse en poco tiempo en una de las principales referencias de la medicina de la época. En filosofía Avicena construyó a partir del pensamiento aristotélico y el neoplatonismo, un corpus doctrinalis pasado por el tamiz del Islam, que curiosamente fue inmediatamente adoptado en el occidente cristiano, por su impecable manejo de la lógica y su entronización de la Razón como soberana por encima incluso de los credos religiosos. Una apuesta muy arriesgada en aquel tiempo de integrismos, en la que acaso triunfó Avicena por el procedimiento de definir la Razón como la manifestación objetiva de la voluntad de Dios.

Falleció en 1037 a los cincuenta y siete años, durante un viaje a Irán, victima según sus seguidores de una enfermedad intestinal y de la sobrecarga de trabajo, y según sus detractores, de sus propios vicios y excesos. Si hemos de creer a estos últimos, Avicena fue hombre de temperamento epicúreo, que no se privó de ningún placer.
En cualquier caso, Avicena fue una de las personalidades más importantes del universo cultural medieval, prolongándose su obra y sus opiniones hasta la época renacentista e incluso hasta la Edad Moderna. Curiosamente en occidente ha prevalecido su faceta médica y científica, mientras que en el ámbito musulmán se le tiene fundamentalmente por poeta, moralista y místico. Dos líneas divergentes que acaso ilustran la deriva histórica de ambas culturas. En Bigotini, como occidentales, nos quedamos decididamente con el Avicena científico, e invitamos a nuestros lectores a profundizar en el estudio de su vida y de su admirable obra.

Puedes avanzar un poco yendo más rápido que los demás. Puedes avanzar mucho yendo por el buen camino.