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martes, 5 de enero de 2016

EL INCREÍBLE MUNDO BACTERIANO



Creo que ya hemos dicho aquí alguna vez que las bacterias son las reinas, las dueñas y señoras de nuestro planeta. Por el momento no disponemos de pruebas en el sentido de que habiten otros mundos, pero lo cierto es que no resultaría nada sorprendente. Las bacterias, que con las arqueas constituyen el reino de los seres vivos procariotas (que carecen de núcleo), son unos organismos verdaderamente curiosos. Son muy simples, hasta el punto de que muy probablemente fue una bacteria, o algo muy similar a ella, el antepasado común de todos los demás organismos vivos que habitamos la Tierra. Pero a la vez son estructuras de una enorme complejidad, dotadas de una membrana que las protege y aísla del medio, de flagelos, cilios y otros muy diferentes medios de locomoción que les permiten desplazarse, de metabolismos que les facultan para obtener energía a partir de un sinfín de nutrientes, de mecanismos de reproducción asombrosamente rápidos y eficaces…

Las bacterias han colonizado todos los ecosistemas conocidos, y hasta algunas especies a las que llamamos extremófilas, son capaces de desarrollarse y prosperar en condiciones extremas, tal como indica su nombre. Las hemos encontrado enterradas a gran profundidad y en la estratosfera. Resisten temperaturas de más de 100º en las fumarolas volcánicas, y sobreviven al intenso frío de los hielos árticos. El blog de Bigotini se propone hoy abrumaros con algunas cifras relativas a las bacterias que resultan sencillamente asombrosas. Por ejemplo, se calcula que existen 5 x 1030 bacterias en el mundo. Eso son cinco millones de trillones de trillones. A pesar de su tamaño microscópico, su masa total supera con creces al resto de la biomasa del planeta. Si sacásemos las bacterias que habitan bajo tierra y las colocáramos en la superficie, se elevarían a una altura de quince metros. En cada gramo de arena hay cuarenta millones de células bacterianas. En cada litro de agua hay mil millones.


En nuestro cuerpo albergamos un promedio de ochocientos billones de bacterias. Superan el número de nuestras propias células en una proporción de uno a diez. Tenemos un millón y medio de bacterias en cada centímetro cuadrado de piel, y eso con una higiene escrupulosa. Deja de ducharte durante una semana, y esa cifra se triplicará. Tienen predilección por los lugares húmedos y cálidos, como los pliegues de ingles y axilas, la parte de atrás de las orejas, los dedos de manos y pies, las uñas, las zonas pilosas, la nariz, la boca o los genitales. El peso de las bacterias que llevamos encima en cualquier momento ronda los dos kilos. Nuestro ombligo puede llegar a albergar a casi un billón de bacterias. Se han identificado en los ombligos un promedio de 2.400 especies bacterianas distintas. Hay especies patógenas capaces de provocar diversas enfermedades infecciosas, pero la mayoría de nuestras bacterias residentes o bien son inocuas, o en muchos casos beneficiosas.

Las residentes, las que forman parte de nuestra flora bacteriana habitual, provocan pequeñas molestias como caries, halitosis o mal olor corporal, pero también nos prestan grandes servicios. Los aproximadamente cien billones de bacterias que pastan en nuestro tubo digestivo se encargan de funciones esenciales para procesar los alimentos. Por ejemplo, sin ellas no seríamos capaces de digerir la celulosa. Si no existiera esta estirpe bacteriana, no habría herbívoros. Adiós a la cadena trófica, y adiós a la vida animal. Las bacterias intestinales realizan el trabajo de producir vitaminas, biotina, ácido fólico y otros nutrientes igualmente esenciales. Son capaces de extraer el nitrógeno que es la materia prima para fabricar aminoácidos y hasta el mismo ADN. Las bacterias devoran los desechos y se encargan de transformarlos en gases, que los seres humanos (desde el más humilde aldeano hasta las emperatrices) eliminamos con la mayor naturalidad.


Después de una colitis, la mayor parte de nuestra flora residente se va por el desagüe. En los siguientes días se entabla en nuestro interior un combate sin cuartel entre las estirpes supervivientes, por ocupar territorios y hacerse con el poder en esa tierra media que es nuestro intestino. Ayuda mucho a la reposición consumir yogures o productos a base de lactobacilos. Vienen a ser los elfos que llegan a tiempo a la batalla del abismo de Helm. Durante la lucha se producen grandes cataclismos que percibimos en forma de retortijones y un sinfín de molestias. Pero no temáis, el viejo Bigotini os asegura que todo terminará bien. El sol volverá a brillar sobre la Comarca, y un ojo rosado y amable sustituirá al ojo siniestro del Señor Oscuro.

La leche materna no sólo es el mejor alimento infantil, sino el que viene en el envase más atractivo.



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