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lunes, 7 de marzo de 2016

PARANTHROPUS ROBUSTUS, UN CALLEJÓN SIN SALIDA


Entre finales del Plioceno y principios del Pleistoceno vivió en África sudoriental (actuales territorios de Sudáfrica y Tanzania) otro simio meridional pariente cercano de Australopithecus afarensis y Australopithecus africanus. Diferentes hallazgos fósiles recibieron diferentes nombres: Australopithecus robustus, Paranthropus robustus, Paranthropus aethiopicus o Paranthropus bosei. Hoy no se duda de que tales hallazgos corresponden a la misma especie, con las mínimas diferencias morfológicas, consecuencia de varios milenios de evolución. Estamos ante una posible línea secundaria de la evolución humana, una especie corpulenta que surgió hace unos dos millones y medio de años, para extinguirse hace más o menos un millón de años.


Su estatura era relativamente elevada para un australopitecino, alrededor de 160 cm. Su peso no debió sobrepasar los 50 o 60 kilos. El cerebro, de unos 500 cc., era apenas un poco más voluminoso que el de A. afarensis o A. africanus, pero su rostro fue sin duda más simiesco que el de ellos. Este detalle, junto a las enormes y fuertes mandíbulas terminan de definir a Paranthropus robustus como especie, y le confieren su peculiar carácter.

Como el resto de sus parientes australopitecinos, P. robustus había abandonado los bosques y se había adaptado a la vida en las planicies. Por los detalles de su dentadura, puede afirmarse casi con total seguridad que se trataba de una criatura exclusivamente vegetariana. Sus potentes mandíbulas y poderosos molares le permitirían alimentarse de raíces, semillas, tallos y frutos duros. Todo parece indicar que en la cadena trófica de la sabana africana, Paranthropus no era un cazador, sino más bien una presa, ya que la mayor parte de los esqueletos mejor conservados proceden de cadáveres que habían sido la comida de algún carnívoro. Existe un célebre cráneo roto con marcas que coinciden exactamente con los dientes de un leopardo.


Las enormes mandíbulas de Australopithecus robustus estaban impulsadas por unos músculos poderosos, que se insertaban en una cresta situada en la parte superior del cráneo, la llamada cresta sagital. Esta característica dio origen a uno de los nombres oficiosos por el que se conoce a esta criatura: “cascanueces”.
A la vista de los fósiles de que hasta el momento disponemos, todo indica que la línea evolutiva que a través de Homo habilis y Homo erectus conduce hasta nuestra especie, pudo partir con mayor probabilidad de Australopithecus afarensis, la pequeña y grácil Lucy de la que hablamos en un reciente artículo. Así pues, Paranthropus robustus no fue más que otro callejón sin salida evolutivo, un pariente más simiesco que humano. Pero cuidado, como hemos dicho tantas veces, no por eso debemos considerarlo como una especie de fracaso. Ni mucho menos.


Paranthropus robustus floreció durante un millón y medio de años (mayor antigüedad de la que hasta ahora tiene nuestra especie). Durante todo ese tiempo fue capaz de sobrevivir con notable éxito en un ambiente hostil plagado de predadores e innumerables peligros. No cabe duda de que eran criaturas perfectamente competentes biológicamente y extraordinariamente adaptadas a su hábitat. Quede constancia de nuestro modesto tributo a tan inteligentes simios, y de nuestro agradecimiento por las excelentes reconstrucciones de Raúl Martín y Mauricio Antón.


Yo no soy vegetariano, pero me gusta comer animales que si lo son. Groucho Marx.



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