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lunes, 26 de septiembre de 2016

BRUJAS. COMO EN LOS CUENTOS DE HADAS


El tren de las 10:40 de Amberes a Brujas llega puntual como un reloj. Brujas es la ciudad medieval mejor conservada de Europa. La pequeña Venecia surcada de canales, ofrece al visitante los encantos de los viejos y florecientes burgos comerciales del medievo, cuna de las libertades civiles y quintaesencia de la ciudadanía libre, opuesta frontalmente al feudalismo y a los abusos de los nobles. Recorremos los canales, las zigzagueantes calles, y por supuesto, las confiterías y chocolaterías…
No termina de hacer el calor que uno espera el penúltimo día de julio. Las bellas compañeras de viaje del profe compran ropa en alguna de las boutiques del centro. Volviendo a lo gastronómico (si es que alguna vez nos apartamos del tema), Brujas es la incuestionable capital belga de la buena mesa. Sobre todo los postres son verdaderamente excepcionales. A caballo entre la cocina tradicional y la nouvelle cuisinne, el KooKeet es un restaurante acogedor y fantástico, varias veces reconocido con las famosas estrellas de la no menos célebre guía. La ensalada templada de costillas con delicias del bosque, la fantasía de gambas o el delicioso chocolate a la cerveza, son pequeños grandes placeres que merece la pena permitirse de vez en cuando.


Nuestro hotelito de Brujas recuerda a las casas de muñecas. La habitación, un ático abuhardillado y cálido, decorado con una amplia profusión de mullidos cojines y labores de punto, resulta ideal para el descanso. En los desayunos predominan los lácteos en todas sus modalidades. Tampoco falta la esponjosa repostería, los chocolates o las infusiones. Son festines de tazones calientes y bollos crujientes. Sensacional para estos climas septentrionales y lluviosos. Llueve suavemente pero sin descanso, y la lluvia resbala en el alma de los viajeros como las emocionadas lágrimas de los bosques de los cuentos. Verdes bosques sumidos en el profundo sueño de las hadas y las pequeñas criaturas silvanas. Encontramos refugio en la vieja catedral gótica. Ante el atónito visitante se despliega el fantástico tríptico de Van Eyck. Más alimento espiritual.


¡Oh qué hermosa ciudad! No se trata sólo del clásico destino turístico con rincones pintorescos y coches de caballos. Por supuesto, también lo es, pero es mucho más que eso. Hemos agotado la pastilla de fotos de mayor capacidad. Sucumbimos (cómo no) a la dulce tentación de las pastelerías con sus escaparates abarrotados de delicias multicolores. El inevitable paseo náutico por los canales, completa una jornada entrañable. Besos, abrazos y luminosas sonrisas ¿Se puede pedir más? Quizá una cena espléndida.
Cenamos en The Hobbit, un restaurante ambientado en las obras de Tolkien, donde cocinan al estilo de la Comarca. Costillas de cerdo caramelizadas y parrillada, precedidas de suculentos aperitivos y regadas con rica cerveza belga. Todo estupendo.


En uno de estos prácticos trenes regionales, y en menos de una hora nos plantamos en Gante (ciudad imperial, oiga usté). En su centro histórico todo es grandioso, aunque carente del encanto burgués de Brujas. En Gante continuamos incansables la sesión fotográfica.
Tras alguna que otra vacilación con los tranvías de Gante (hemos tomado uno en sentido contrario), regresamos a nuestra base en Brujas. Decididamente da gusto viajar en los ferrocarriles belgas. Ya de vuelta hacemos algunas compras (quesos, chocolates…), cenamos junto a la vieja lonja de los mercaderes, y a la cama. El siguiente día será de los de viaje con maletas, y hay que descansar bien. Nos espera Bruselas. Ojalá que con los brazos abiertos.

Lo menos frecuente en la vida es vivir. Casi todo el mundo se limita a existir. Oscar Wilde.



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