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sábado, 25 de marzo de 2017

RENÉ DESCARTES Y LA INAUGURACIÓN DEL MÉTODO CIENTÍFICO


En 1596 vino al mundo en La Haye en Touraine (ahora se llama Descartes en su homenaje) René Descartes. Físico, matemático y sobre todo filósofo, Descartes es algo así como el abanderado de la revolución científica en nuestro universo cultural. Su familia pertenecía a la burguesía bretona. Su madre falleció tempranamente. Ya desde muy niño manifestó una inteligencia poco común, por lo que su padre, con una extraordinaria visión premonitoria, dio en llamarle mi pequeño filósofo. Estudió con los jesuitas hasta los dieciséis años. Más tarde René criticó duramente el sistema de aprendizaje imperante en su época, que consistía básicamente en aprender el griego y el latín. Una vez dominadas las lenguas muertas, el estudiante actuando por cuenta propia, debía entregarse a la lectura de Aristóteles y el resto de los clásicos, y así, dependiendo de su esfuerzo y su talento, podía adquirir más y más conocimientos.


El joven Descartes no se conformó con los clásicos. Aprendió castellano para estudiar a fondo la obra de Suárez, Cayetano y el padre Vitoria. Perfeccionó también sus conocimientos matemáticos a través de la obra de Clavius, y se interesó asimismo por materias como la geometría, la música, la astronomía o la arquitectura. A los dieciocho años ingresó en la Universidad de Poitiers, para estudiar medicina, y a los ventidós viajó a Holanda, donde permaneció hasta 1619 enrolado en el ejército del duque de Baviera. Probablemente fue allí donde inició su formulación de la geometría analítica, acaso su principal aportación científica, junto con el brillante hallazgo de las que ahora denominamos coordenadas cartesianas, precisamente por su apellido, que se han convertido en herramienta esencial e insustituible. Después de pasar por Dinamarca y Alemania, volvió a Francia para vender sus posesiones, y desde allí marchó a Italia durante un breve periodo, y más tarde a París. Parece que estos años veinte el siglo XVII, fueron un tanto agitados. Se sabe que se batió en duelo y tuvo algún escarceo amoroso. Años después escribiría: no he hallado una mujer cuya belleza pueda compararse a la de la verdad, o sea, que no parece que tuviera experiencias demasiado gratas. Descartes murió prematuramente en 1650, a los 53 años en Estocolmo, donde se encontraba bajo la protección de Cristina de Suecia.

La causa oficial del fallecimiento fue una neumonía, aunque algún estudio posterior apunta a un posible envenenamiento por arsénico. Unos pocos años después sus restos se trasladaron a Francia, concretamente a Sainte Geneviève du Mont. Durante la Revolución Francesa, se llevaron al Panthéon, y finalmente, en 1819, fueron depositados en Saint Germain des Prés, donde reposan actualmente. René Descartes puede considerarse sin ninguna duda el padre de la filosofía moderna. Y sobre todo el iniciador más lúcido de lo que se ha llamado con acierto el método científico. Los principios quedaron plasmados en la que acaso es la obra más universal de nuestro hombre, El discurso del método, trabajo que inauguró una nueva era en lo relativo a la ciencia. Para muchos historiadores, Descartes marca la frontera entre la era precientífica y la científica propiamente dicha. Aquí nos abonamos abiertamente a esta opinión. Sin perjuicio del enorme mérito de gigantes científicos como Galileo, Leibniz o el mismísimo Newton, es innegable que a Descartes corresponde el mérito de la enunciación y descripción del método científico, tal como lo hemos entendido a partir de él. Quede constancia de ello.

Otras obras importantes de René Descartes fueron Reglas para la dirección del espíritu, El mundo o tratado de la luz, El hombre (cuyos ejemplares retiró de la imprenta al conocer el proceso inquisitorial a Galileo), La Geometría, La Dióptrica, Los Meteoros, La búsqueda de la verdad mediante la razón natural, Principios de la Filosofía, y Las Pasiones del Alma, su obra póstuma, publicada en 1649. Quien escribe estas líneas tiene especial predilección por una obra de Descartes en concreto, Meditaciones metafísicas, que publicó en 1641. El motivo, acaso un tanto prosáico, es que una edición de este tratado, que por estar mal traducida, no era demasiado afortunada, me sirvió durante años como un insustituible, natural y libre de contraindicaciones, inductor del sueño. En efecto, cuando tenía alguna dificultad para conciliar el sueño, comenzaba a leer aquel ejemplar. Imposible continuar despierto después del tercer párrafo. Admirable. Bueno, bromas aparte, vaya desde aquí nuestro tributo de reconocimiento al que fue el padre del método científico.

La forma más eficaz de aburrir a la gente es decirlo todo. Voltaire.



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