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jueves, 20 de abril de 2017

BÉCQUER. EL ÚLTIMO ROMÁNTICO


Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla el 17 de febrero de 1836. En el bautismo le impusieron los nombres de Gustavo Adolfo Claudio, que precedieron a sus apellidos: Domínguez Bastida. El apellido Bécquer provenía de un antepasado holandés que se afincó en Sevilla siglos atrás. Lo adoptaron en su firma Gustavo Adolfo y su hermano Valeriano, como antes lo había hecho el padre de ambos, el pintor sevillano José Domínguez Insausti. Además del sobrenombre, ambos hermanos heredaron del padre unas excepcionales dotes para el dibujo. De hecho Valeriano Bécquer, el hermano mayor del poeta, se ganó la vida con el lápiz y los pinceles. A él debemos el magnífico retrato que hizo a Gustavo Adolfo, y que tan familiar nos resulta a todos los españoles que tenemos ya cierta edad, puesto que durante muchos años fue la imagen estampada en los billetes de cien pesetas, unos míticos papeles de color marrón cuyos felices poseedores gastaban uno de ellos en pasar una tarde estupenda, convidando a la novia al cine y a merendar. Y pensar que hoy tendrían un valor de apenas sesenta céntimos de euro... ¡Qué tiempos aquellos!

Gustavo estudió en el Colegio de San Telmo, que después se convirtió en palacio de los duques de Montpensier. Se aficionó a la poesía en la biblioteca de su tía Manuela Monnehay, una bellísima joven francesa de gran sensibilidad que fue el primer amor del poeta, aunque teniendo en cuenta las edades de ambos y el parentesco que les unía, debió tratarse de una relación puramente platónica. Fallecido su padre prematuramente, su tío, el también pintor Joaquín Domínguez Bécquer, lo tomó como aprendiz en su taller. Él fue quien le pronosticó que, a diferencia de su hermano Valeriano, nunca sería un buen pintor, y quien en consecuencia, le estimuló para hacer carrera en la literatura. Los primeros escarceos literarios los realizó en las revistas sevillanas La Aurora y El Porvenir. Marchó después a Madrid dispuesto a comerse el mundo, pero allí la vida no le resultó nada sencilla. Llevó lo que entonces se llamaba una vida bohemia, algo que consistía básicamente en pasar hambre y frío, consumir considerables cantidades de alcohol, y ser expulsado a patadas de diversos establecimientos decentes. Para sobrevivir colaboró en la escritura de varios sainetes y zarzuelas con el seudónimo de Gustavo García. Probablemente en esos años contrajo la tuberculosis que habría de llevarle fatalmente a la tumba.

Impresionado por la lectura de Byron, Marchó con su hermano a Toledo. Quería encontrar inspiración para su proyecto de la Historia de los templos de España. La idea era describir el alma de los templos, plasmación de la tradición religiosa española, como base de lo que él entendía esencia de lo español. Un proyecto acaso demasiado ambicioso, del que sólo llegó a hacerse realidad su primer tomo, publicado con unas magníficas ilustraciones de Valeriano, que hoy día constituye una auténtica rareza bibliográfica. En esa época padeció la primera crisis seria de su enfermedad, a la que sobrevivió gracias a los cuidados de su hermano y a los desvelos de la patrona de ambos, enamorada de Gustavo. De vuelta en Madrid, entabló amistad con el músico Joaquín Espín, en cuya casa comenzó a cortejar a su hija Josefina, para acabar enamorándose perdidamente de Julia, su otra hija, que entonces era una famosa (y hermosísima) cantante de ópera. Parece probado que sus primeras Rimas, esos poemas brevísimos e intensos que le han hecho inmortal, estaban dedicados a Julia Espín. Al parecer Julia nunca le tomó en serio. Lo trataba con amable condescendencia, y siempre le consideró un muchacho atolondrado y encantador. En casa de Espín se respiraba música. Fue allí donde Gustavo Adolfo descubrió a Chopin, de cuya obra se hizo incondicional admirador con su acostumbrada vehemencia.

El siguiente gran amor del poeta fue una dama de Valladolid a la que algunos biógrafos identificaron como Elisa Guillén, aunque los modernos investigadores parecen descartarlo. En todo caso, esta misteriosa dama también le abandonó, lo que le sumió en una profunda postración. En 1861 sentó por fin la cabeza, contrayendo matrimonio con Casta Esteban, hija del doctor Francisco Esteban, que trató a nuestro hombre de una enfermedad venérea. A la vez accedió al gobierno la Unión Liberal de O'Donnell. Algunos de los mejores amigos de los Bécquer, como González Brabo o José Luis Albareda, fueron elevados a cargos importantes. Por medio de ellos obtuvo Gustavo empleo en El Contemporáneo madrileño, y años después, tras recuperarse en Veruela de su enfermedad, González Brabo, su incondicional protector, lo nombró censor primero en Sevilla y más tarde en Madrid. Falleció en diciembre de 1870, víctima de la implacable tuberculosis, cuando sólo contaba 34 años. Con Casta tuvo tres hijos. No fue el suyo un matrimonio precisamente feliz. Su esposa nunca se llevó bien con su inseparable Valeriano, y al parecer, en los últimos años le fue notoriamente infiel, aunque existen dudas sobre si Bécquer llegó a saberlo.

Literariamente suele encuadrarse a Bécquer en el postromanticismo, por considerarle un romántico tardío. A nuestro juicio tal adscripción resulta absurda. Bécquer es un poeta romántico. Sencillamente. El hecho de que en su tiempo la corriente romántica hubiera pasado, y la literatura española estuviese dominada por el Realismo, con autores como Valera, Echegaray o Tamayo y Baus, no es óbice para situar a Gustavo Adolfo en el Romanticismo. Es acaso el último de los románticos españoles, pero no por eso el menos importante. Al contrario, las Rimas de Bécquer constituyen en muchos aspectos el paradigma de la poesía romántica, así se recogen en todas las antologías literarias. Biblioteca Bigotini se complace en ofreceros una magnifica versión digital de sus Leyendas y Narraciones, obra en prosa realizada mayoritariamente durante la estancia de los hermanos Bécquer en el zaragozano Monasterio de Veruela, donde se recluyó Gustavo Adolfo para convalecer de su tisis. Allí, a la sombra totémica del Moncayo, gigante aragonés dispensador de salutíferos vientos, conoció el poeta las viejas historias de fantasmas y aparecidos. Allí supo de las brujas de Trasmoz, e imaginó desgraciados amores y lamentos de almas en pena. Romanticismo puro. Romanticismo así, con mayúscula capitular. Haced clic en la portada y dejaos poseer por el espíritu desmesurado y mágico de Gustavo Adolfo Bécquer, el último romántico.

El amor es como transportar entre dos un piano por una escalera. El primero que lo suelta no resulta herido. Andreu Buenafuente.



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