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lunes, 10 de abril de 2017

MORAL Y RELIGIÓN EN LA GRECIA CLÁSICA


Ya hemos hablado en alguna ocasión de los cambios producidos en el ámbito mediterráneo con la llegada de los invasores indoeuropeos. La nueva religión trajo consigo una nueva conciencia moral que desde varios puntos de vista podría presentarse como una especie de sacralización de la civilización, lo que se plasmó de manera muy especial en lo relativo a las costumbres. Siguiendo a los analistas clásicos, esta sacralización se manifiesta en dos sentidos: una forma de entender la religión que podemos calificar de no mística, la religión de Apolo; y otra mística, la religión de Demeter y Dionisos. En la primera, la del Apolo délfico, es característica la adición de un elemento moral, la atribución de la bondad suprema al dios. En el mundo que dirige el dios debe esperarse el triunfo del bien.

La frecuente experiencia contraria, el sufrimiento de los buenos y la dicha de los malos, no contradice esta sanción, porque en esa época domina la conciencia filonómica, dogma según el cual los hijos son castigados por las faltas de sus padres hasta la tercera o la cuarta generación. Esto resulta algo tan natural entre los griegos, como lo fue en la antigua Israel. El bueno sufría en silencio, sumiso a la voluntad de los dioses, pensando que así purgaba las faltas de sus antepasados que acaso él mismo ignoraba. Existen ejemplos de ello en Herodoto (Creso) o en Eurípides (Teseo) entre otros. Del mismo modo, el malvado que moría dichoso, no lo hacía completamente, pues le atormentaba la suerte que se reservaba a sus hijos. Los molinos de los dioses muelen muy lentamente, pero no dejan de moler, decía el proverbio griego.


Pero vayamos al segundo sistema. En las enseñanzas místicas de Demeter y Dionisos apareció por primera vez entre los griegos la idea de una vida mejor después de la muerte. No sólo eso, el hombre podía trabajar en vida para asegurar la salvación. Una preparación teocrática, mediante la iniciación en los misterios eleusinos y los olímpicos, pero también una preparación mediante una existencia moral. Aparece la idea del juicio a los difuntos con el premio de un paraíso (Campos Elíseos) para los justos y un infierno (Tártaro) para los pecadores. En este, como en tantos otros aspectos, el cristianismo no hizo sino heredar y adoptar como suyas todas estas ideas. Vemos pues cuál es el mecanismo por el que se ensanchó el círculo de adeptos, y el eudemonismo escatológico como sanción del deber moral, se colocó al lado del eudemonismo biológico. Es considerado bueno (agathós) el que presta mayores servicios a sus amigos, y también cabe añadir que aquel que causa mayor daño a sus enemigos, como en el caso de los héroes guerreros. A nivel estético, se considera la superioridad moral como un efecto natural de las cualidades físicas. El hombre ideal es hermoso y bueno (kalós kai agathós) al mismo tiempo.


Ya veis que todo nos resulta de lo más familiar. Hay una diferencia a primera vista, con la moral cristiana. A la pregunta de cómo se obtiene la superioridad moral, la respuesta cristiana apunta a la virtud y el sacrificio. En el pensamiento clásico, se responde con entera convicción: por el nacimiento. El bueno nace bueno, de ahí la importancia de la eugenia, de la nobleza. El desarrollo de esta idea conduce a lo que se llama el aristocratismo biológico, que se transforma gradualmente en aristocratismo de clase. Los aristócratas se llaman a sí mismos agathoi, y tratan de kakoi (viles) a las gentes de baja condición. Subrayábamos que la diferencia con la moral cristiana lo es sólo a primera vista. En efecto, mientras que desde los púlpitos se predicaba la igualdad de todos los nacidos de mujer a los ojos de Dios, los príncipes de la Iglesia se han inclinado siempre ante los poderosos, élite de la que ellos mismos han formado parte. Esta patente hipocresía ha hecho posible que, como ocurría en la religión clásica, el cristianismo haya sustentado y bendecido injusticias tan intolerables como la esclavitud hasta tiempos históricos bien recientes.
Y es que en materia religiosa, como en definitiva corresponde a cualquier superchería, no hay nada nuevo porque no puede haber nada nuevo, porque todo estaba ya inventado, amigos. El profe Bigotini, que no tiene más dios que la razón ni respeta más leyes que las naturales, os anima a reflexionar sobre ello, y por supuesto, a alcanzar la virtud.

-Mamá, he reñido con mi marido, y para que sufra me voy unos días a tu casa.
-Hija, si quieres que sufra de verdad, debería irme yo a la tuya.



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