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sábado, 12 de agosto de 2017

MEDICINA EN LA GRECIA CLÁSICA. CIENCIA Y SUPERSTICIÓN


Si nos atenemos al conocido postulado antropológico, la evolución del pensamiento humano pasa por tres etapas: magia, religión y ciencia. La medicina y el conjunto de lo que ahora llamamos ciencias biológicas, no constituyen ninguna excepción en este sentido. En el Periodo Clásico, el pensamiento mágico dejó lugar al religioso, se produjo una paulatina sacralización de la medicina, que alcanzaría su mayor apogeo en el Periodo Helenístico y durante la romanización del mundo antiguo. Se introdujo la religión de Apolo, que posteriormente iba a quedar plenamente consolidada. Apolo (los sacerdotes de su culto) tomó la medicina bajo su protección inmediata, proclamando a Asclepios, su hijo, como el principal oficiante. Se trata de un hijo ya algo crecido, puesto que desde al menos un milenio antes, era Asclepios la divinidad aquea de los médicos. Los santuarios a él consagrados se convirtieron en lugares de peregrinación, en templos de sanación religiosa, llamada incubattos, incubación.

Quirón instruyendo a Apolo

Los peregrinos enfermos debían pasar la noche en asilos cercanos al templo que se levantaron con esa finalidad. Los dolientes relataban los sueños que habían tenido al sacerdote, quien, teniendo en cuenta esos relatos, indicaba los medios de tratamiento, que generalmente eran también de carácter religioso: plegarias, donaciones, sacrificios... Sacrificios y dádivas de las que naturalmente los sacerdotes y servidores del templo obtenían la parte más sustanciosa. Se practicaban también lo que podríamos llamar tratamientos directos, mediante la imposición de manos, con ayuda de los oráculos (iatromantia, iatromantia o adivinación curativa), o bien en la proximidad de las tumbas de los héroes, a quienes se atribuía, entre otros poderes milagrosos, una importante virtud curativa.


Se comprende que en unas condiciones de higiene y salubridad tan precarias como las que entonces imperaban, fueran frecuentes, y en ocasiones terribles, las epidemias. Se suponía que era el propio Apolo quien las enviaba. Los oficiantes de su culto siempre podían encontrar un fallo que se hubiera cometido en el complicado ritual del servicio al dios, con lo que se facilitaba enormemente el diagnóstico: el rey o el arconte de turno no había puesto suficiente celo en sus ofrendas, o acaso la última res sacrificada tenía alguna pequeña imperfección. El resultado de tales negligencias era la previsible cólera de Apolo y su consiguiente venganza. Las plegarias públicas, con la masificación que puede suponerse, incrementaban aun más el riesgo de contagio. Para hacer cesar las epidemias no había otro camino que aplacar al dios, con lo que se multiplicaban las ofrendas y sacrificios. Más ganancia para el templo y sus servidores. Es esta una máxima que bien podría trasladarse a las religiones “modernas” (si fuera lícito emplear el adjetivo). Los insaciables dioses siempre exigen más de sus devotos. Las religiones “cómodas” terminan fracasando.


Es preciso pues, reconocer que este periodo de sacralización de la medicina estorbó grandemente el progreso de la ciencia médica, cuyos tímidos y remotos orígenes hay que buscar en el periodo aqueo. Sin embargo, no sería justo considerar la sacralización como completamente infructuosa. En primer lugar, mediante el tratamiento religioso a menudo se obtenían curaciones o alivios importantes en procesos de etiología psicosomática, cuando no directamente neurótica, que siempre han sido muy numerosos. La acción psíquica también da sus frutos. Por otra parte, junto a los remedios místicos, se proporcionaban algunos más racionales, que el uso y la tradición oral habían ido transmitiendo a lo largo del tiempo. Era costumbre que peregrinos y residentes intercambiaran información sobre tratamientos y sanaciones. También estuvo arraigada la práctica de tenderse los enfermos en el camino, para que otros viajeros, interesándose por su mal, aconsejaran remedios que conocían por experiencia propia o ajena. En los santuarios de Asclepio los peregrinos agradecidos al favor del dios, solían dejar exvotos, y con la extensión de la escritura, alguna nota explicativa con la descripción de la enfermedad y de la cura. De estas prácticas se beneficiaron no pocos protomédicos que ansiaban instruirse.


Este sería el germen de la medicina científica. En definitiva Hipócrates, el padre de la ciencia médica, era un asclepiade, asclepiade, un servidor del templo en su Cos natal. A partir de su ejemplo y su enseñanza, aunque sin abandonar enteramente las prácticas religiosas y las supersticiones, fue abriéndose paso el racionalismo. Ya en pleno Helenismo y en la primera romanidad del Mediterráneo, muchos médicos bebieron en las caudalosas fuentes de la medicina (y sobre todo la cirugía) egipcia, que en muchos aspectos aventajaba a la greco-romana. Ya sabéis que en Bigotini somos unos fanáticos de la ciencia y evitamos cualquier práctica mágica; no obstante, si algunos de nuestros fieles lectores están empeñados en realizar algún sacrificio a la divinidad, sugerimos como víctimas propiciatorias más adecuadas los billetes de 500 €. Si juntamos un maletín lleno, podríamos preparar una bonita hecatombe, hecatombe en algún paraje montañoso, por ejemplo Suiza. Haced vuestros donativos y nosotros nos encargaremos de todo.

Querido Dios, por primera vez en mi vida las cosas marchan bien. Así que este es el trato: tú déjalo todo tal como está y yo no te pediré nada más. Si te parece bien, por favor, no me des ninguna señal... Eso es, trato hecho. Homer Simpson.



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