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miércoles, 4 de octubre de 2017

LISBOA ANTIGUA Y SEÑORIAL


Lisboa antigua reposa llena de encanto y belleza, dice la vieja canción. En efecto, encanto y belleza son dos de los principales atributos de esta hermosa ciudad asomada al Atlántico desde su privilegiado balcón occidental. El padre Tajo, que penetra en Portugal con la delicadeza del amante primerizo, recorre serpenteando su geografía, hasta abrirse en su estuario prodigioso. Ahí está el puente 25 de abril, en todo similar al de San Francisco, uniendo ambos extremos del estuario, dibujando su línea sutil en la bahía. En la diaria y siempre sorprendente puesta de sol, se ruboriza el horizonte como una colegiala, como una novia. Suena a lo lejos la magia del fado, y el corazón se cobija entre los pliegues de un sueño tantas veces repetido y siempre nuevo: Lisboa. La Lisboa que ha sobrevivido a terremotos, sunamis y pavorosos incendios, resurge como un ave fénix de sus propias cenizas.


Nace Lisboa en la marítima plaza del Comercio, viva atalaya del viejo y glorioso imperio transatlántico, metrópolis materna y amorosa. Crece, después de su bautismo náutico, en el Rossio, encrucijada de renovadas amistades, salpicada de kioscos de prensa, sombras pobladas de trinos de jilgueros, pájaros urbanos y proféticos. Se hace grande a través de la avenida del Marqués de Pombal, monumental arteria trazada con la rectitud geométrica de las perdidas civilizaciones ultramarinas. Extiende como un pulpo sus tentáculos por Sao Bento, por Chiado, por la Baixa y la Estrela... Se eleva como un gigante en el bairro Alto, tan señorial como antiguo, para acanzar las estrellas en la Alfama, la Alfama querida de calles empinadas y serpenteantes. La Alfama que sabe a bacalao y a fado, a fado y a bacalao cocinados a fuego lento en los fogones de la nostalgia y del llanto. Es el laboratorio donde se cuece la saudade, esa sutil niebla del espíritu que se difunde desde Lisboa hasta Macao, hasta Cabo Verde, hasta el Brasil...


El joven Bigotini conoció con otros amigos la vieja Lisboa, el viejo Portugal de los primeros ochenta, todavía sumido en la alegre borrachera de aquellos claveles revolucionarios que tanto fascinaban a los españoles de entonces. Grandola, vila morena, terra da fraternidade... Otra canción. Siempre canciones. Todo eso existe, todo eso es triste, todo eso es fado. Amalia Rodrigues, erguida como una diosa, y el rasgueo acariciador de guitarras y laúdes. En aquel remoto viaje hubo amor, hubo una Vespa estropeada, hubo una chimenea prodigiosa en el viejo palacio de Sintra, hubo interminables paseos por la Alfama, hubo inolvidables excursiones por el parque de Monsanto, hubo porco a la alentejana, hubo deliciosas gambas (camarones) en Santarem, hubo playa en Estoril, hubo zapateiras y almejas en el Algarve, hubo besos, risas y más amor en Sagres, en Faro, en Lagos, en Albufeira, en Vila Real. Vinho verde y María la portuguesa y amor y besos y risas.


Mucho después, con más años, pero con la misma ilusión y parecida alegría, el viejo Bigotini y sus chicas volvieron a recorrer la Alfama. Una Alfama que había ardido como una tea. Fuego extinguido y humeantes brasas calentando los corazones. Balacao en sus innumerables presentaciones, asado, con natas, en croquetas (pasteis do bacalhau), a la portuguesa con sus aceitunas... El rey de los peixes. Sardinhas a la brasa, frescas, recién pescadas, puestas al fuego en una humilde parrilla, y servidas en la más humilde taberna de la Alfama, saben a gloria bendita, saben a Lisboa. Hay más cosas, muchas más. Está el cabrito grelado, con sus deliciosas patatitas, el porco del Alentejo, salteado con almejas. Está el frango, pollo, gallo, animal totémico del Portugal atávico y secular. No puede dejar de probarse al piri-piri. Y en materia de peces, además del bacalao y las sardinas, triunfan la lubina, la dorada, los jureles, las delicadas anchoas marinadas...


Platos contundentes también. El caldo verde. El imponente cocido portugués con feijoas (judías) o garbanzos, aderezado con chorizos, morcillas, tocinos, gallina, pies de puerco, verduras y arroz. Las lulas (chipirones, calamares) en mil formas diferentes y siempre suculentas. La gran feijoada con arroz. Los arroces, por supuesto. Arroces caldosos de mariscos, rissottos con pato y verduras. El pulpo sobre lecho de patatas. Los postres, higos, cerezas, el prodigioso flan-pudim-Molotov, una bomba repostera que estalla en la boca, evocando precisamente su contundente apellido. Están también los delicados pastelitos de Belem, pasteles de crema, aunque los lisboetas los llamen de nata, tostaditos por fuera y semilíquidos por dentro. Y están los viejos tranvías ascendiendo por cuestas imposibles, el ascensor de la Gloria, que conduce al bairro Alto y a las más hermosas ruinas de Europa occidental, la bulliciosa plaza del Rossio, las cervezas fresquitas en la del Comercio, el castillo de San Jorge, la torre de Belem, el monasterio de los Jerónimos, la Sé catedralicia, el museo de los Descubrimientos, el Goulbenkian... Está Lisboa entera bullendo de vida y brillando de pura hermosura.


Conviene destacar algunos establecimientos, a saber: Ô Chapitó en Costa do Castelo, 7, un lounge-bar restaurante donde puede el viajero degustar su cuidada coktelería y alargar ad infinitum la noche lisboeta. El Velho Macedo, en la rua da Madalena 117, un pequeño bistró con sólo cinco o seis mesas donde se sirven las exquisiteces más típicas de la cocina portuguesa. El restaurante Clara Chiado, en largo Rafael Bordalo Pinheiro 17, un sitio elegante con una cocina algo más de diseño y un poco más cara de lo habitual en Lisboa. El Coraçao de Sé, tv do Almargem, 4, un establecimiento pequeño y modesto con deliciosos platos del día, muy cerca de la Seo, la catedral. El Clube do fado, en rua S. Joao da Praça 94, uno de los mejores de Lisboa para escuchar fado en vivo. El llamado Café Martinho da Arca, que a pesar de su título, es un restaurante magníficamente situado en la plaça del Comercio 3, bajo los soportales, su especialidad son los arroces y los mariscos. La Casa do Alentejo, en rua Port. Sto. Antao 58, un viejo edificio, casa regional, decorado con profusión de azulejos maravillosos. Deliciosa cocina y biblioteca que puede visitarse.


Aun hay más. El Musseu da Cerveija, en la plaça del Comercio, parada inevitable para todos los amantes del dorado líquido. La Pastelaria Suiça, en plaça del Rossio 96-104, una pastelería-cafetería ideal para desayunos potentes aptos para turistas todoterreno. La Antiga Confeitaria de Belem, llamada ahora Pasteis de Belem, en rua de Belem 84-92, todo un templo pastelero que no debe dejar de visitarse. Además de comprar alguna cajita de pasteles para llevar, es obligado tomarse allí un café y probar un par de pasteis de nata (un par o los que se tercien). Así recién hechos y calentitos están impresionantes. Por último, pero no menos importante, hay que visitar A Ginjinha, en largo de Sao Domingos, 8, junto al Rossio. Se trata de un diminuto local con un mostrador de apenas metro y medio, que sirve copas de licor de ginja, aguardiente de cerezas que es probablemente la bebida alcohólica más popular de Lisboa.
Levantando esa copa de dulce y olorosa ginjinha, se despide Bigotini de Lisboa, una perla asomada al infinito océano, que quedó para siempre grabada en nuestro recuerdo.

Haría cualquier cosa por recuperar la juventud... excepto hacer ejercicio, madrugar o ser un miembro útil a la sociedad. Oscar Wilde.



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