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martes, 28 de noviembre de 2017

EXTINCIÓN DE LA MEGAFAUNA AMERICANA. CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA


Publicado en nuestro anterior blog en enero de 2013

En 1956 Paul Martin, un paleoecólogo que investigaba en el laboratorio botánico del desierto de Carnegie, muy cerca de Tucson, Arizona, abrió un texto de taxonomía y empezó a calcular el número de mamíferos que habían desaparecido en Norteamérica durante los últimos 65 millones de años. Cuando llegó al último periodo del Pleistoceno, que duró hasta hace unos 10.000 años, y el principio del Holoceno, que dura hasta nuestros días, comprobó que en ese breve periodo de tiempo (brevísimo al menos en términos geológicos) habían desaparecido nada menos que setenta géneros de animales, todos ellos de grandes mamíferos terrestres, que comprendían cientos de especies. Los ratones, ratas, musarañas y otras criaturas pequeñas habían salido indemnes, lo mismo que los mamíferos marinos. Sin embargo, la megafauna terrestre había sufrido un golpe mortal.


Entre los gigantes extinguidos cabe citar a los enormes armadillos y a sus parientes los gliptodontes, monstruos acorazados del tamaño de un automóvil, provistos de largas colas terminadas en una bola de púas. Castores del tamaño de un oso. Leones de las cavernas bastante mayores que las especies africanas actuales. Lobos gigantes (los mayores cánidos que han existido). Cerdos salvajes. Osos cavernarios de largas patas y doble corpulencia que los actuales osos grises. Tres especies de caballos americanos. Unas cuantas variedades de camellos y tapires. Numerosas criaturas astadas, desde el berrendo gigante al alce-ciervo, una especie de mezcla entre alce y uapití, pero de un tamaño colosal. Tigres dientes de sable. Guepardos americanos de talla extraordinaria. Perezosos gigantes. Megaterios de hasta seis toneladas…

Pero acaso los ejemplares más espectaculares de esta fauna extraordinaria eran los proboscidios. El mamut lanudo americano, el mayor elefante de que se tiene noticia, que superaba incluso a su pariente siberiano, pesando más de diez toneladas. El mamut colombino, una especie sin pelo que vivía en latitudes más cálidas. El mamut enano, de alzada no superior a la de un hombre, que habitaba en las islas del Canal de California. El mastodonte americano, un coloso que extendía su hábitat desde México hasta Alaska…

El término griego holocausto significa literalmente sacrificio de cien bueyes. En sentido figurado lo empleamos para referirnos a grandes masacres. ¿Es apropiado utilizarlo en el caso de la megafauna americana? Paul Martin comprendió inmediatamente que si. Toda esta fantástica fauna desapareció en apenas mil años, un abrir y cerrar de ojos geológico, y lo hizo… pues si, a manos del hombre, el mayor depredador sobre la faz de la Tierra. Cuando nuestros primeros ancestros abandonaron África para repartirse por el resto de los continentes, comenzó a gestarse la tragedia. La teoría de Martin, que no tardó en ser bautizada como la guerra relámpago, sostiene que, empezando por Australia hace unos 48.000 años, cuando los humanos llegaban a un nuevo continente, encontraban allí animales que no sospechaban que aquel insignificante mono sin pelo resultaría tan terriblemente voraz.


Los herbívoros africanos han sobrevivido a la extinción porque desde hace más de un millón de años aprendieron a desconfiar de los temibles homo erectus que comenzaban a fabricar hachas y cuchillos de piedra. Cuando aquellos depredadores llegaron al puente terrestre de Bering y se plantaron a las puertas del continente americano hace ahora 13.000 años, llevaban ya al menos otros 50.000 siendo homo sapiens. Eran más listos y poseían una tecnología mortífera: lanzas, jabalinas, propulsores, arcos y flechas… Las sutiles y altamente perfeccionadas puntas líticas de la cultura de Clovis, datan según los arqueólogos de hace 13.325 años. Los primeros pobladores humanos de América llegaron poseyendo ya esta depurada técnica. Martin comprobó que en al menos catorce yacimientos las puntas de Clovis se encontraron acompañadas de esqueletos de mamut o de mastodonte, y algunas de ellas incrustadas entre sus costillas. Los confiados gigantes americanos no tuvieron la menor oportunidad. Todos los herbívoros fueron masacrados. Es de suponer que los grandes carnívoros murieron de hambre al carecer de presas.


“Si el continente americano hubiera sido inaccesible a los humanos, hoy Norteamérica tendría el triple de animales de más de una tonelada que África”, afirma Martin. Y aun más si añadimos también los de Suramérica: la macrauquenia, una especie de camello provisto de trompa; el toxodonte, una mole a medio camino entre hipopótamo y rinoceronte; los perezosos gigantes; o los enormes megaterios de la Patagonia… Algunos investigadores cuestionan la teoría de la guerra relámpago para algunas de las especies mencionadas. En todo caso lo circunstancial no invalida el postulado principal: desde nuestra aparición en el planeta como especie social y organizada, los seres humanos constituimos la más acabada máquina de matar. Nuestra capacidad de destrucción supera con creces a los cambios climáticos, las erupciones volcánicas o los impactos de meteoritos. Así de triste y así de exacto.

Contemplando a aquel valiente soldado enfermo, se me partió el corazón. ¡Fiebre tifoidea! O te mata o te deja tonto. Yo lo sé bien porque combatiendo en la campaña de Argelia, contraje la enfermedad.  Patrice Mac-Mahon, Presidente de la República francesa..



sábado, 25 de noviembre de 2017

JOSEPH BLACK, EL HOMBRE QUE NACIÓ DONDE ESTABA SU MADRE


Este escocés nacido en Burdeos en 1728 fue uno de los más brillantes pioneros en el campo de la termodinámica. Joseph Black nació en Francia de padre irlandés y madre escocesa, que en aquellos años comerciaban con vinos en el continente. Para encontrar este dato he consultado una biografía, que tendré la caridad de no citar, pero no me resisto a transcribir literalmente la siguiente frase: Joseph Black nació en Burdeos porque su madre residía allí. Ya veis que la lógica no puede ser más aplastante.
Estudió en Belfast hasta los dieciocho años, y más tarde marchó a Glasgow a estudiar medicina. Desde muy joven se distinguió por una profunda curiosidad científica. Con poco más de veinte años desarrolló y perfeccionó la balanza analítica, un instrumento mucho más preciso que cuantos existían en su tiempo, y que sería inmediatamente adoptado en todos los laboratorios químicos. También se atribuye a Black el descubrimiento del dióxido de carbono o CO2, al que llamó aire fijo.


En 1754 realizó un experimento colocando un ratón vivo en el interior de una campana con una vela encendida. Cuando la combustión agotó el aire del recipiente y la vela se apagó, el ratón murió, por lo que el joven Joseph concluyó que se trataba de un gas irrespirable. ¡Honra y prez a los innumerables ratoncillos sacrificados en aras del progreso científico! Siguiendo esa misma línea de investigación, Black advirtió que los carbonatos viraban a alcalinos cuando perdían el CO2, o aire fijo, mientras que se recobraban al añadirles otra vez CO2. Fue además el primero en aislar este gas en estado puro. La contribución que con ello se hizo al progreso de la química fue inmensa, pues demostró que el aire no constituía un elemento simple, sino que se trataba de un compuesto de diferentes sustancias. A partir de entonces nuestro hombre adquirió un gran prestigio, hasta el punto de que antes de cumplir treinta años fue nombrado Regius Professor of the Practice of Medicine por la Universidad de Glasgow, su alma mater, lo que constituyó un gran honor.


En la década posterior (hacia 1761) observó que al aplicar calor al hielo, no pasaba inmediatamente al estado líquido, sino que absorbía cierta cantidad de calor sin aumentar su temperatura. Otro tanto ocurría con el agua, que no se evapora de forma inmediata al recibir calor. Dedujo que el calor aplicado se combina con las partículas de hielo o de agua, convirtiéndose en calor latente, un concepto clave en el desarrollo de la termodinámica, como lo es el de calor específico o propio de cada sustancia, otro de los cruciales hallazgos de Josep Black.
Junto a James Hutton y Adam Smith, fue miembro fundador del Oyster Club, que aglutinó a lo más selecto de lo que entonces se llamó la Ilustración escocesa. También asistió regularmente a las sesiones de la célebre Lunar Society, cuyos miembros solían referirse a sí mismos como lunáticos, porque se reunían en las noches de luna llena. El lector moderno puede tener la tentación de considerar esta costumbre un tanto esotérica o cuando menos excéntrica. Nada más erróneo. Se trataba sencillamente de una medida práctica impuesta por la inexistencia de alumbrado público. A la luz de la luna resultaba más fácil encontrar el camino de regreso a casa, así de simple.
El profe Bigotini os aconseja tener siempre presentes cosas tan elementales como que la luna alumbra la noche o como que para nacer en determinado lugar es conveniente que esté allí la madre de uno.

El día que yo nací, mi madre no estaba en casa. Miguel Gila.



miércoles, 22 de noviembre de 2017

ZIMMERMAN, EL SUIZO MÁS AMERICANO


Eugene Zimmerman nació en Basilea en 1862. Era el mediano de tres hermanos cuyos padres abandonaron Suiza para emigrar a los Estados Unidos en 1866, cuando el pequeño Eugene aun no había cumplido cuatro años.
Así que, como tantos otros millones de americanos de su generación, Zimmerman no había nacido en América, sin embargo, al igual que muchos otros artistas, escritores, cineastas, músicos, de origen europeo, contribuyó en buena medida a sentar las bases de lo que hoy llamamos la cultura americana. Y lo hizo, naturalmente, a través de sus magníficos dibujos e ilustraciones.

Zimmerman comenzó a dibujar muy joven para revistas tan populares como Puck, Judge o Harper's Weekly, donde se especializó en crear mordaces caricaturas de sátira política, que firmaba con el acrónimo “Zim”. A lo largo de su extensa carrera produjo más de 40.000 ilustraciones, formando parte junto a Outcault y Griffin, de la plana mayor de los ilustradores cómicos americanos. En 1897 fundó la Asociation of Cartoonists and Caricaturists. Tuvo una gran visión para los negocios, siendo el primer historietista en crear una escuela de dibujo por correspondencia, que contó con miles de alumnos. También destacó en sus diseños arquitectónicos. En el distrito neoyorkino de Horseheads construyó una casa, la llamada Zim House, (haz clic aquí para verla), que sirvió de residencia a muchos artistas sin recursos. Hoy día aun permanece en pie, y se ha convertido en una de las construcciones americanas más fotografiadas y admiradas del país.
Falleció en 1935 dejando un legado artístico impagable.

El humor de Eugene “Zim” Zimmerman se apoyó mucho en la parodia de las minorías étnicas, tan popular en esa época y tan denostada en los tiempos actuales. En sus mordaces, a veces crueles, caricaturas, Zim hacía pepitoria a negros, a judíos... Curiosamente, en aquella incipiente América multirracial, fueron los propios inmigrantes o sus hijos, los que sin la menor piedad se burlaron de quienes exhibían costumbres diferentes o acentos exóticos. Aquí tenéis una pequeña muestra del extenso trabajo de Zimmerman.
















sábado, 18 de noviembre de 2017

JOAN FONTAINE. ANOCHE SOÑÉ QUE REGRESABA A MANDERLEY



Joan Fontaine nunca se llevó bien con su hermana mayor, Olivia de Havilland, hasta el punto de usar diferente apellido. Al parecer la enemistad comenzó a fraguarse ya en la infancia, y presidió la relación, o más bien la no relación de las dos hermanas hasta el final de sus días.
Joan era británica, aunque nació accidentalmente en Tokio. Después, prácticamente toda su carrera, lo mismo que la de su hermana Olivia, transcurrió en Estados Unidos, en aquel Hollywood de la prodigiosa edad dorada, insoportablemente glamuroso.
Quizá para llevar lo más lejos posible las diferencias con la Havilland, Fontaine se empeñó toda su vida en apartarse de la imagen mojigata de su hermana. Ella fue una de las muchas actrices que aspiraron al apetecible papel de Escarlata O'Hara en Lo que el viento se llevó. A cambio le ofrecieron el papel de Melania, y se dice que al rechazarlo contestó: para hacer de tonta, mejor llamen a mi hermana. Ese era al parecer el nivel. Siempre quiso ser una chica moderna, practicó deportes, escribió, dirigió películas, decoró interiores, y hasta se adelantó una década a Jane Fonda en interpretar una historia de amor interracial junto al jamaicano Harry Belafonte, en la película de 1957 Island in the sun, que resultó un fracaso comercial al ser ignorada por los distribuidores precisamente por ese motivo.
Pero a Joan Fontaine siempre la recordaremos por su papel de protagonista en Rebecca, la primera película que Hitchcock dirigió en América. Por cierto que el personaje que interpreta Joan no tiene nombre (Rebeca es el de la malvada y difunta primera esposa). En la película nadie se dirige a ella por su nombre. En la novela original de Daphne du Maurier esto se resuelve porque la protagonista es la narradora, pero en el filme, Sherwood y Harrison, los guionistas, tuvieron que hacer auténticos esfuerzos para obviar el nombre de pila de la tímida señora De Winter. Os proponemos hoy la revisión de esta mítica cinta. Haced clic en la carátula y deleitaros otra vez con esta gran obra de arte. Anoche soñé que regresaba a Manderley...

Próxima entrega: Alfred Hitchcock



miércoles, 15 de noviembre de 2017

MILÁN, COMPRAS FATIGOSAS Y CENAS DELICIOSAS


La vieja Midland céltica, la Mediolanum romana, la milenaria Milán y la Milán moderna, floreciente capital de Lombardía, es desde hace unos años, uno de los destinos favoritos de los aragoneses, por la comodidad que representan los vuelos directos desde Zaragoza a la cercana Bergamo. Bigotini, como aragonés de pro, no podía ser una excepción, así que ha visitado varias veces Milán. La conoció durante las rebajas de un crudo mes de enero, cubierta de una espesa capa de nieve que llegaba a las rodillas. La ha recorrido también en un cálido (tórrido) verano, y siempre se ha asombrado de hallarla una y otra vez hermosa.
Esa tierra media que revela su etimología está incrustada entre los Apeninos y los Alpes, entre los cursos del Tesino y el Adda. Regada por el modesto río Olona, Milán es la cabeza de la próspera Lombardía, que después del distrito parisino de L'Ille de France, exhibe el segundo mayor producto interior bruto de Europa. Sus anchas avenidas, sus rascacielos, su extrarradio industrial, parecen hacer permanente alarde de esa riqueza.


A lo largo de los siglos se han disputado Milán los hérulos, los ostrogodos, los bizantinos, los lombardos, los carolingios... Ha sido ciudad-estado independiente, la han poseído los pontífices romanos y los reyes españoles. Se libró de la peste negra en el siglo XIV, y sucumbió a ella en el XVII. Ha sido embellecida por los principales artistas de la Historia, bajo la férula de los Visconti, de los Sforza, de los Valois, de los Habsburgo. Milán fue la más hermosa perla de las coronas de Francisco I, de Carlos V y del mismo Napoleón Bonaparte. En el XIX fue abanderada de la unificación de Italia. Por sus calles abigarradas desfilaron Garibaldi y el rey Victor Manuel, y en la Scala, sagrado templo de la lírica europea, resonó como una singular plegaria patriótica, el coro de los esclavos del gran Giuseppe Verdi.


Durante el convulso siglo veinte, Milán vio nacer el movimiento socialista pero también el fascismo. El llamado Movimento dei Fasci di Combattimento tuvo su primera sede en la milanesa piazza San Sepolcro, y durante la guerra, Milán ostentó el más que dudoso honor de ser la capital de la República de Saló, de infausto recuerdo. En descargo de los milaneses (o más bien de sus abuelos), conviene decir también que la ciudad y la Lombardía en su conjunto, se distinguieron por su heroica resistencia frente a los fascistas, y por la decisiva sublevación partisana del 45, que acabó con la expulsión de los nazis y el linchamiento público de Benito Mussolini, Claretta Petacci y sus acompañantes.



En las últimas décadas Milán ha sido y sigue siendo el principal motor de la economía y la cultura italianas. Su impresionante cinturón industrial, su pujanza como centro financiero (la de Milán es la Bolsa de valores de referencia en Italia), y su capitalidad de la moda, en estrecha competencia con París, hacen de la metropoli lombarda el pilar sobre el que se sustentan la economía y la política italianas. Ahora bien, también se han gestado en Milán los mayores escándalos y corrupciones. Recordemos a Bettino Craxi, huído tras el escándalo de Tangentopoli, y no olvidemos a don Silvio Berlusconi, cuyos manejos no es necesario, ni siquiera higiénico, traer a colación.


Así que como suele ocurrir casi siempre, Milán tiene sus luces y sus sombras. Olvidemos por esta vez las sombras, y disfrutemos de la espléndida luz de la Milán cosmopolita y eterna.
Para empezar no está mal un paseo por el palazzo-castello de los Sforza. Sus jardines cubiertos de nieve resultan impresionantes, lo mismo que las cálidas salas del interior, que albergan incontables tesoros artísticos. Y hablando de arte, en Milán se exhibe la célebre Última cena de Leonardo de Vinci. Si se tiene la precaución de planificar el viaje con antelación suficiente, pueden reservarse entradas para admirarla. ¡Qué decir del duomo! Se trata sin duda de una de las más impresionantes catedrales europeas, visita obligada para cualquier viajero que pase por la ciudad. Otro tanto puede decirse de la monumental plaza en que se levanta. Está presidida por la magnífica estatua ecuestre de Victor Manuel, y a un costado de la catedral se abre el pórtico a las galerías Vittorio Emanuele, un prodigio arquitectónico modernista copiado en otras urbes italianas (Nápoles) y europeas (Bruselas).


Las célebres galerías comerciales introducen al incauto turista en el ignoto (al menos para el profe Bigotini) universo del comercio, la moda, las compras...
Las compras. He aquí un concepto rotundo y no carente de riesgos. Con una sola acompañante (Marisol) o con dos (Marisol y Laura), el pobre Bigotini se ha visto arrastrado en todas sus incursiones milanesas, a un torbellino de tiendas, pruebas, tediosas esperas y tortuosos callejeos por las propias galerías, por corso Napoleone, por via Manzoni, por corso Vittorio Emanuele, ejerciendo de cargador de bolsas y paquetes, en un periplo tan torturador para los pies como letal para la cuenta corriente. Las principales marcas, milanesas o no, están presentes bajo los seculares soportales o en los lujosos locales del centro. Tientan desde sus escaparates minimalistas a féminas de los cinco continentes.


En su primera visita a Milán, el profe estrenaba un elegante gabán de confección española, de recio paño de Béjar, que hubiera sido la envidia de cualquier adusto caballero castellano, o incluso de un severo hidalgo montañés, pongo por caso. Parado en la esquina de una de las arterias comerciales de Milán, Bigotini se despojó de un guante al objeto de comprobar la temperatura de aquel enero gélido. Pues bien, un milanés que pasaba enfundado en una de esas estrafalarias y carísimas prendas de Gucci, de Prada o de qué se yo, tuvo el descaro inaudito e insultante, de depositar una moneda en la palma de aquella mano desnuda cuya proverbial limpieza desafiaba a la misma nieve. Ahogando las lágrimas, me acordé de Quevedo cuando escribió: miré los muros de la patria mía, si un día fuertes, ya desmoronados...
¡Dios todopoderoso confunda a esos malditos diseñadores andróginos, y desate su furia celestial sobre esas ignominiosas pasarelas en que desfilan ninfas tísicas que apenas cubren su desnudez con ridículos harapos! ¡Amén!


En fin, olvidado queda, y a otra cosa. Ya sabéis que en estas entradas sobre viajes, no puede faltar nuestra pasión por la buena mesa. En Milán el viajero puede dar por entero rienda suelta a sus más refinados apetitos. Además de las especialidades tradicionales de la región, a saber, jugosos escalopes a la milanesa, sabrosos risottos, deliciosos raviolis o dulces panna cotta, y además de los no menos tradicionales platos italianos de cualquier región (pastas, pizzas y ossobucos), en Milán pueden encontrarse templos gastronómicos de singular interés.
Una de las visitas de Marisol y el profe a la ciudad, coincidió felizmente con la Expo milanesa de 2015, que por una de esas afortunadas casualidades, estuvo por entero dedicada a la gastronomía. Aunque inevitablemente agotadora, la visita a los distintos pabellones de los cientos de países representados en el recinto ferial, ofreció dos o tres interesantes experiencias culinarias, y como aquel viaje se planteó como monográfico, también hubo aleccionadoras incursiones en la restauración local.

A destacar varios establecimientos que paso a describir. La primera agradable sorpresa nos la proporcionó la trattoria Pane al pane vino al vino. Situado en via Tadino, 48 (metro Lima), es un local amplio de decoración agradable, que figura en casi todas las guías recientes. El interior recrea el ambiente de un mercado o una tienda de delicatessen, y destacan los generosos platos de degustación de embutidos, especialmente los salchichones, prosciutos y mortadelas típicos de Lombardía.

El Caffe Granaio está en el mismo centro de Milán, en la via Mengoni, 2, a cincuenta metros de la piazza del Duomo. Pertenece a una cadena (al menos hay otro igual en Trento). Ofrece un menú económico de cocina de mercado, con pastas y risottos muy aceptables y buena relación calidad-precio. La cafetería tampoco está nada mal, y venden panes de estilo francés muy interesantes. Pero lo mejor aquí son los postres, más concretamente los helados y granizados (granitta), que son artesanos, ricos y de tamaño descomunal.


Il Salernitano, uno de los mejores y más populares restaurantes de Milán, se encuentra en via Tadino 42, muy cerca del corso Buenos Aires a la altura de la parada del metro Lima. Tiene una amplia terraza, pero en verano conviene elegir una mesa en el interior climatizado. La especialidad del Salernitano son los pescados en cualquiera de sus variedades y preparaciones, aunque también son notables las carnes. Los camareros son alegres y dicharacheros, al estilo de los italianos del sur, que es lo que son, ni más ni menos. Una velada inolvidable

Algo más tristón, como de restaurante antiguo, es el personal del Settembrini 18, ubicado precisamente en el número 18 de via Settembrini, cercana a via Marcello. La especialidad de la casa son los arroces y pastas con marisco: mejillones, almejas, gambas, carabineros, cigalas y un largo y sabrosísimo etcétera El ambiente un poco apagado. Eso si, la pitanza para chuparse los dedos. No hay que perderse los tagliatelle alle vongole, que tienen fama mundial.


Por último, un gran descubrimiento, el restaurante Non solo lesso, en via Redi esquina con Giorgio Jan. Se trata de una pequeña taberna con espacio para una docena de comensales, situado en el local de una antigua barbería. Conserva parte del mobiliario, incluido un hermoso sillón de barbero. El chef y propietario aconseja sabiamente y vende muy eficazmente las especialidades de la casa: tablas de patés caseros, de quesos, de embutidos, contundentes cocidos lombardos acompañados de una casi infinita variedad de salsas y aliños, y el monumental e imprescindible surtido de tapas que no son los típicos y tópicos costrini, sino algo mucho más exquisito y elaborado. No puede dejar de admirarse el abigarrado mostrador. El ambiente familiar invita a prolongar la sobremesa con algún licor, y al final de una cena opípara, el precio es más que moderado. No hay sorpresas desagradables. Todo es felicidad. Non solo lesso, sino mucho más que eso.
Así que nos vamos de Milán con el mejor sabor de boca. Mientras se mantengan estos vuelos casi directos tan cómodos, prometemos seguir volviendo.

Soy pobre, pero honrado. Las desgracias nunca vienen solas.



domingo, 12 de noviembre de 2017

ROBERT BLOCH, EL ALEGRE FABRICANTE DE PESADILLAS


Robert Albert Bloch, judeoamericano nacido en Chicago en 1917, fue fundamentalmente un escritor de cuentos y relatos breves. Comenzó su carrera literaria publicando narraciones de ciencia ficción y de terror en revistas baratas muy populares que se conocían como pulp magazines, porque iban impresas en unas páginas amarillentas que se hacían con la pulpa del papel reciclado. También escribió algunas novelas y muchos guiones cinematográficos. El relato que acaso le ha hecho más célebre fue el que se adaptó al cine para que Alfred Hitchcock lo filmara en 1960 con el título de Psicho (Psicosis). Agradará saber a los muchos fans de Star Trek, que nuestro hombre fue autor de varios de los guiones de aquella famosa serie televisiva, precisamente los mejores. Recibió el premio Hugo, quizá el más importante que se otorga a los escritores de ciencia ficción y fantasía. De personalidad extravertida y brillante ingenio, Bloch participó habitualmente en diversos shows radiofónicos y televisivos, y hasta actuó en teatros de variedades. Su especialidad eran los juegos de palabras en que se mezclaban lo cómico y lo macabro.


Mantuvo una entrañable amistad con su maestro H. P. Lovecraff, el más exitoso autor de relatos de terror, a quien admiraba profundamente. Ambos establecieron un juego literario que comenzó con mutuas dedicatorias y culminó en que cada uno construía personajes con la personalidad del otro, ya fueran víctimas o psicópatas malvados y sanguinarios. Entre sus obras traducidas al castellano pueden destacarse: Psicosis, Cría cuervos, Terror, Cuentos de humor negro, Escalofríos, Mundo oscuro, La noche del destripador, Dulces sueños o En los límites de la realidad, entre otros. Robert Bloch falleció en Los Ángeles en 1994. A su entierro asistió una autentica legión de seguidores y amigos. Coincidían en que en vida supo ganarse el afecto de todos. En Bigotini traemos hoy la versión digital de El vampiro estelar, un magnífico relato de Bloch, en el que el personaje inspirado en su amigo Lovecraff sufre una muerte horrible. Haced clic en la ilustración y temblad como hojas con esta narración. Felices sueños.

No hay duda de que existe el más allá. Lo que nadie sabe es a qué distancia está del centro, y hasta qué hora está abierto. Woody Allen.