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martes, 27 de febrero de 2018

VIVIEN LEIGH. MISTERIOS Y ESCÁNDALOS



Vivien Leigh fue elegida entre decenas (hay quien dijo cientos) de candidatas, para encarnar a Escarlett O'Hara en la inolvidable Lo que el viento se llevó. Entre las finalistas estuvieron Joan Fontaine y Carole Lombard (la patrocinada de Clark Gable). También hubo algunas actrices sureñas poco conocidas que pretendieron el papel. Se dice que las señoritas del sur, una vez descartadas, y cuando ya quedaban sólo un puñado de aspirantes, le dijeron a David Selznick: preferimos que le den el papel a esa inglesa antes que a una maldita yankee.
Y la inglesa triunfó. Vivien Leigh, contra todo pronóstico, se alzó con el protagonismo absoluto del filme, por encima incluso del mismísimo Gable, que entonces era una especie de gloria nacional. Después de aquello, tuvo más oportunidades de demostrar su gran talento. Hizo una formidable Cleopatra, hierática y majestuosa. Emocionó a medio mundo con su fantástica interpretación en Un tranvía llamado deseo, junto a un jovencísimo Marlon Brando.
Más tarde llegaron los escándalos. Vivien Leigh, casada y con hijos, se lió con Lawrence Olivier, que estaba en la misma situación. Parece que se exhibieron públicamente sin el menor recato, lo que en aquel tiempo de severo código moral aplicado al cine, resultó peligroso para ambos y letal sobre todo para la carrera de la estrella, que no volvió a brillar nunca con la misma intensidad. En sus últimos trabajos hollywoodienses se ganó una merecida fama de cascarrabias. Al parecer cogía unos rebotes tremendos y cuando se cabreaba con alguien, llegó hasta la agresión física, a base de arañazos. Poco a poco la habitual cohorte de aduladores que seguían a las divas, fue haciéndose más y más pequeña a medida que su estrella se eclipsaba. Os brindamos hoy el enlace (clic en la foto) para visionar un documental televisivo que glosa precisamente la faceta más escandalosa y oscura de Vivien Leigh. Pasad con él un buen rato.

Próxima entrega: Veronica Lake



sábado, 24 de febrero de 2018

LA HELENIZACIÓN DE JUDEA


Todo indica que los judíos del antiguo reino no interesaron demasiado a los griegos. Ni la vuelta de la cautividad de Babilonia, ni la paz que disfrutó el autoproclamado pueblo elegido bajo la égida del gobernador persa (comienzo de la época del judaísmo y del segundo Templo) quedaron recogidas en sus crónicas. Sólo tenemos noticia de aquellos sucesos a través del antiguo testamento. Herodoto, que visitó toda la Persia, ni siquiera menciona a los judíos. Entraron por primera vez en contacto con el helenismo, y por añadidura con la Historia, cuando Alejandro Magno tomó Jerusalén. En la partición posterior a la muerte del macedonio, Judea cayó bajo el dominio de los ptolomeos, lo que provocó un gran flujo de judíos hacia Alejandría, y no sólo de Judea, sino de Egipto, Siria y otros lugares donde residían desde hacía mucho tiempo, en realidad desde la diáspora que se produjo como consecuencia de la cautividad en Babilonia.

Como habían transcurrido varias generaciones desde entonces, muchos de los judíos que se instalaron en Alejandría no comprendían ya el hebreo, de ahí la necesidad de traducir al griego (lengua franca de la época) las Escrituras. Esta fue desde el siglo III a.C., la versión llamada de los Setenta que más tarde heredaría el cristianismo. Los ptolomeos se mostraron tolerantes respecto a los judíos de Alejandría y de Judea, pero la situación cambió cuando, por la degeneración de la dinastía, la potencia de Egipto se debilitó, y sus posesiones en Siria cayeron en manos de los seléucidas. Siguiendo el ejemplo que habían dado antes los ptolomeos, los seléucidas rodearon Judea de un estrecho círculo de colonias griegas, y Antonio IV Epifanio fue tan insensato que intentó helenizar el mismo Templo de Jerusalén, lo que provocó la inmediata revuelta de los macabeos. Una vez prendida la llama de la rebelión, no pudo ser sofocada ni siquiera después de que la gente de Antonio desistiera de su intento. Al contrario, aquella contaminación de la pureza a que se habían atrevido los gentiles, desató la ira de los judíos más exaltados.


En parte gracias a las disensiones que se produjeron rápidamente en el reino de los seléucidas, y en parte también gracias a su heroísmo personal, los macabeos lograron no solo conservar la independencia de Judea, sino incluso anexionarse Transjordania, Samaria (también de religión judía, aunque cismática) y Galilea, que era tierra de gentiles. Judea conoció entonces una efímera grandeza que su pueblo no recordaba desde los tiempos míticos del gran rey David y de Salomón. Siguieron sin embargo, sufriendo la influencia de las ciudades griegas de sus contornos, cuya proximidad creaba corrientes de protesta contra la ortodoxia estricta reinstaurada por los macabeos. La heterodoxia se iba extendiendo como un veneno, no sólo en Galilea y Samaria, sino también en el mismo corazón de Judea, y tuvo como consecuencia la formación de un poderoso partido de helenizantes, fenómeno que a su vez, produjo la reacción de los fariseos. La dinastía de los Herodes (muy especialmente Herodes el Grande), que reemplazaron en el año 37 a.C. a los macabeos, fueron primero verdaderos administradores helenísticos, y después representantes de la autoritas romana en la región.


Tanto en el final del helenismo como durante el Imperio romano, Judea constituyó un fuerte bastión de occidente frente al empuje de las culturas orientales en una zona geográfica que hoy igual que entonces, tiene una importancia estratégica de primer orden. Resulta esencial conocer estos antecedentes para entender mejor el fenómeno de la expansión del cristianismo. Jesús, judío, si, pero galileo y hasta cierto punto helenizado, censuró muchas veces a los fariseos que representaban la religión más ultraconservadora y reaccionaria de su tiempo. Hubo otras sectas judías (saduceos, esenios, celotes...) y otras corrientes religiosas de origen oriental (mitraísmo, mazdeismo...). Todas aquellas ideas y otras muchas fueron importadas a las principales ciudades del Imperio por los legionarios eméritos que habían servido en lejanas tierras, pero de entre todas ellas triunfó precisamente el cristianismo, que llegaría a sustituir a la religión greco-romana, proclamándose religión oficial. A semejante éxito contribuyeron diversos factores que sería largo incluso enumerar. No nos cabe duda de que uno de ellos, y no el menor, fue la helenización y posterior romanización de Judea y de los judíos.


Hay que tener cuidado al elegir los enemigos porque acaba uno pareciéndose a ellos.



miércoles, 21 de febrero de 2018

EMILY BRONTË. CUMBRES BORRASCOSAS


Así de sencillo, sin ningún ingenioso juego de palabras. La autora y su gran obra. Emily Brontë y su Cumbres borrascosas, que es con toda probabilidad la mejor novela y la más representativa de la literatura victoriana y del Romanticismo en lengua inglesa.
Emily Brontë nació en Thornton, Yorkshire, en 1818. Era la quinta de los seis hermanos Brontë, hijos todos de un párroco anglicano y de una madre que falleció prematuramente. Hace unos meses dedicamos un artículo de nuestro blog a su hermana Charlotte (clic aquí para enlazar), donde dábamos cuenta más extensamente de la desgraciada historia familiar: oscuros internados, tuberculosis, una severa educación puritana, en fin, todos los ingredientes del más puro Romanticismo británico. Branwell, el único varón de la familia, fue una especie de fracasado, alcohólico y adicto al opio, a quien Emily tuvo que cuidar toda su vida. De los seis hermanos, solo tres de las chicas, Charlotte, Anne y Emily, sobrevivieron a la tuberculosis, aunque no por mucho tiempo, pues las tres acabaron sucumbiendo a los estragos del bacilo de Koch. Sin embargo vivieron el tiempo suficiente para escribir y publicar varios poemas y al menos una novela cada una. Anne fue la menos brillante de las tres, pero Charlotte dio a la imprenta Jane Eyre, y Emily publicó su Cumbres borrascosas. Ambas obras merecen figurar entre las mejores novelas de su tiempo y de cualquier época.

Aquellos tiempos no eran precisamente buenos para las mujeres. En la entrada de Charlotte ya hicimos referencia al valor de Jane Eyre como alegato feminista. Emily, igual que sus hermanas, se vio obligada a publicar su novela bajo un seudónimo masculino. De haber utilizado sus verdaderos nombres, probablemente sus trabajos nunca habrían visto la luz. Sus anteriores intentos no pudieron ser más dolorosos. En una ocasión enviaron unos versos al poeta Robert Southey, al que admiraban. Recibieron la siguiente respuesta de aquel individuo: La literatura no es asunto de mujeres y no debería serlo nunca. He aquí cómo se las gastaban por entonces aquellos señoritos tan románticos y tan sensibles.

En cuanto a Cumbres borrascosas, que es naturalmente, la novela cuya versión digital os ofrecemos hoy en nuestra Biblioteca Bigotini, constituye una de las cimas literarias del diecinueve británico. Se trata de una novela compleja con una estructura innovadora que la hace única en su género. No tuvo una gran acogida ni de crítica ni de público inmediatamente después de su publicación. Emily la terminó en 1846, fue publicada en 1947, y su autora falleció en 1848, de forma que nunca llegó a conocer el éxito. Gran parte del valor de la novela radica en la extraordinaria fuerza de sus personajes. Heathcliff, es un espíritu salvaje y en ocasiones vengativo, que sin embargo no está exento de matices, incluso a veces de cierta ternura a su manera tosca. Catherine, romántica, rebelde y apasionada hasta el extremo, acaso es el trasunto de la personalidad de la misma Emily Brontë. Las pasiones se desatan en aquellas borrascosas y elevadas cumbres de Yorkshire, revelándose por momentos contra los clisés y las asfixiantes normas sociales de la época. Cumbres borrascosas es toda una cumbre de la narrativa.

La novela ha sido adaptada al cine numerosas veces, e incluso se han realizado adaptaciones teatrales y radiofónicas. La versión cinematográfica más clásica es la que dirigió William Wyler y produjo Samuel Goldwyn en 1939. Estuvo protagonizada por Merle Oberon y Lawrence Olivier y cosechó un gran éxito de taquilla. Tampoco es desdeñable la versión de 1992 dirigida por Peter Kosminsky e interpretada por Juliette Binoche y un Ralph Fiennes muy creíble en el papel de Heathcliff. Hay otra versión de 2011, otra francesa de 1985, otra para televisión de 2003, muy buena por cierto, y hasta una versión japonesa de 1988, por no citar alguna más primitiva del cine mudo. Ninguna de ellas alcanza el nivel de profundidad dramática y los ricos matices de la novela, por lo que desde este modesto foro, os recomendamos vivamente su lectura. Haced clic en la ilustración, y sumergíos en el universo romántico y desmesurado de Emily Brontë y su extraordinaria Cumbres borrascosas.

Aunque él la amase con toda la fuerza de su mezquino ser, no la amaría tanto en ochenta años como yo en un día. Emily Brontë. Cumbres borrascosas.



domingo, 18 de febrero de 2018

LA LECHERA EN EL CONGRESO


Juan Pedro Martínez Longhands estaba nervioso. Era diputado desde las últimas elecciones celebradas solo un par de meses atrás. De hecho, era uno de los más jóvenes diputados en la historia de la democracia. Se había afiliado a su partido muy poco antes de la convocatoria electoral, y había salido elegido casi de milagro. Ocupaba el quinto lugar en las listas de su provincia. Le habían puesto allí porque era joven y quizá porque gracias a su madre británica, tenía unos apellidos mixtos que sonaban muy bien en este país de papanatas. El caso es que la renuncia de última hora del número uno de su partido en la lista provincial (caso que suscitó una gran polémica), y la muerte repentina, ya tras las elecciones, de la compañera que iba en cuarto lugar de aquella lista paritaria (chico, chica, chico, chica...) le situaron en el tercer puesto. Para acabar de rematar la carambola, por primera vez en su provincia salieron elegidos tres diputados del partido más votado (el suyo). Tradicionalmente solían sacar sólo uno o a lo sumo dos de los tres escaños que correspondían a la provincia, pero esta vez, y por sólo un puñado de votos de diferencia, salieron los tres primeros, y claro, aunque de rebote, él era el tercero.


Juan Pedro Martínez Longhands estaba nervioso porque de un momento a otro iba a producirse en el congreso de los diputados la votación para aprobar la subida de tarifas eléctricas. Unos días antes había comprometido su voto favorable a cambio de un dinero importante que alguna mano amiga depositaría en cierta cuenta de Suiza, y de la promesa de una silla en el consejo de administración de la compañía cuando concluyera la legislatura. Tenía puestas en esa votación grandes esperanzas para su futuro. Y es que la cosa no iba a parar ahí. Su perfecto dominio del inglés y su gran ambición no habían pasado inadvertidas a ciertos personajes poderosos que iban a ocuparse de su carrera política. Sería primero eurodiputado y después su grupo en la eurocámara lo propondría para presidir la comisión europea. Todo estaba calculado al milímetro. Desde su importante puesto favorecería los intereses de quienes le patrocinaban en la sombra, lo que le reportaría una suma astronómica. Soñaba ya con embarcaciones de recreo, espléndidas amantes, automóviles de lujo, riqueza, poder...


Juan Pedro Martínez Longhands estaba nervioso. Tan nervioso estaba, y tan absorto en sus pensamientos más propios de la lechera del cuento que de un político sensato, que no escuchó al presidente del congreso cuando dio paso a la votación, y en consecuencia el incremento de las tarifas eléctricas se aprobó sin su voto. Contempló a sus pies los restos de la lechera rota. Adiós embarcaciones de recreo, adiós riqueza y adiós poder. Se contempló a si mismo sentado en su escaño rodeado de decenas de compañeros de partido y a la vez solo, completamente solo. Vio el reproche pintado en los rostros que le rodeaban. Sabía que todos ellos recibirían su recompensa de aquellas manos amigas. Aquellas manos a las que él ya no podría recurrir más. Volvió a mirar uno a uno a aquellos que a partir de entonces iban a darle la espalda, y en su boca se formó una mueca de desprecio y resonó en su interior una palabra que estalló en sus labios como una bomba: ¡corruptos!

Juan Pedro Martínez Longhands estaba nervioso, pero su nerviosismo no le impidió recorrer las redacciones de los diarios, los estudios radiofónicos y los platós televisivos repitiendo a voz en grito aquella acusación: ¡corruptos!
Poco después renunció a su escaño. Formó su propio partido. Un partido honrado compuesto por militantes honrados. Con la honradez por bandera continuó en política muchos años. Nunca llegó a ocupar cargos públicos de importancia. Nunca llegó a enriquecerse. Se hizo viejo y le sorprendió la muerte soñando aun con aquellas amantes esculturales, aquellos automóviles de lujo, aquella riqueza que nunca disfrutó y aquel poder que nunca pudo ejercer. Tuvo una sepultura sencilla, desprovista de cualquier signo exterior de riqueza, sin ningún lujo. Ese lujo que tanto aborreció públicamente a lo largo de su andadura en política. El sencillo epitafio rezaba: “Aquí yace un hombre honrado”.
Al principio muchos simpatizantes y muchas personas de bien iban a llevarle flores. Con el tiempo las visitas se hicieron cada vez menos frecuentes. Alrededor de la tumba circulaba una curiosa leyenda: cada vez que alguien se acercaba allí con alguna vasija, algún objeto de cristal o de otras materias frágiles, se les escurrían de las manos como peces, y acababan en el suelo hechas añicos, como acaban a veces las esperanzas de algunos.


Para triunfar en política, el secreto es la honradez. Olvídate de la honradez y el triunfo está asegurado.



jueves, 15 de febrero de 2018

EL CASCO DEL CABALLO, UN GALOPE DE CINCUENTA MILLONES DE AÑOS


Publicado en nuestro anterior blog en octubre de 2012.

Pocas trayectorias como la de los équidos han quedado marcadas en el registro fósil con tanto detalle y profusión de hallazgos. Gracias a esta abundancia de pruebas, hoy somos capaces de trazar una línea evolutiva que han seguido y glosado todos los paleontólogos especialistas en vertebrados. El punto de partida, el ejemplar más antiguo de la serie de que se tiene noticia fue el Hyracotherium o Eohippus, un pequeño mamífero herbívoro del tamaño de un perro mediano que vivió durante el Eoceno, hace unos 50 o 55 millones de años, en las zonas de sotobosque de América del Norte. Era un pequeño y huidizo habitante de los pastos y los matorrales, con una altura que oscilaba entre los 20 y 40 cm. Tenía cuatro dedos en las extremidades anteriores y tres en las posteriores. En realidad tenía cinco dedos en cada extremidad, como todos los tetrápodos (véase el post que con el título cinco lobitos, dedicamos a este tema), solo que parte de ellos ya se habían atrofiado para entonces. Cada uno de esos cuatro dedos delanteros y tres dedos traseros terminaba en una uña más parecida a la de los carnívoros que a la de los actuales ungulados.

Hyracotherium

Este era el pequeño Hyracotherium. Por lo que sabemos en la actualidad, puede considerarse el fundador del género, el antecesor común de todos los équidos actuales y extinguidos. Le sucedieron diversas especies en Norteamérica y Eurasia, todas también desaparecidas. Hubo ejemplares monodáctilos, es decir, de un solo dedo, y poco más de un metro de altura. Hubo otros tridáctilos de diferentes tamaños… Todo indica que las especies euroasiáticas desaparecieron sin dejar descendencia, sin embargo, las especies americanas dieron lugar durante el Oligoceno al género Mesohippus, unos herbívoros del tamaño aproximado, y parecidas costumbres a las de una gacela, que tenía sólo tres dedos en las patas delanteras, pero que, ¡atención!, presentaba ya pies con forma de casco.


Más tarde, en el Mioceno, a Mesohippus le sucedieron Hypohippus y Anchitherium. Se cree que ambas especies colonizaron nuevamente Eurasia desde América del Norte (téngase en cuenta que entonces se hallaban todavía unidas). Hubo otros descendientes de Mesohippus, como Miohippus y Merychippus, género que precisamente desarrolló unos dientes con las coronas muy altas, que le permitían ramonear y alimentarse de los brotes tiernos y las ramas de árboles y arbustos. Entre los descendientes de este adaptado Merychippus figura Hiparión, que durante el Plioceno se expandió notablemente a juzgar por la abundancia de su registro fósil, desplazándose también hacia Eurasia. También de Merychippus desciende Pliohippus, el primer antepasado de un solo dedo, y de éste último, Pleshippus, de mayor corpulencia, al que todos los especialistas parecen de acuerdo en señalar como el antepasado más inmediato del moderno género Equus, que apareció hace sólo unos 5 millones de años, y probablemente tuvo su cuna en las praderas norteamericanas.


Aquellos “antiguos” caballos modernos se extinguieron en América hace unos diez mil años por causas desconocidas. Algunos han señalado con dedo acusador a la acción del hombre (fijaos en que los primitivos pobladores americanos llegaron al continente cruzando desde Asia por el puente helado de Bering hace precisamente unos diez mil años o poco más). En esa misma época el caballo era quizá el mamífero más abundante y extendido en Europa, como lo indican los hallazgos de huesos y esqueletos en el interior y las proximidades de las cuevas que habitaron los cazadores paleolíticos, y las propias pinturas rupestres.


Después el avance de los bosques en el Neolítico disminuyó notablemente el tamaño de las manadas. Pero para entonces ya se había consumado el principal acontecimiento en la historia evolutiva de los équidos. Me refiero a la domesticación. Para nuestra especie la domesticación del caballo resultó al menos tan decisiva como lo fue para los propios caballos. Actualmente sobreviven ocho especies del género Equus. Dos domesticadas: el caballo y el asno domésticos; y seis salvajes: el asno salvaje africano, el caballo de Przewalski, el onagro, la cebra de Grevy, la cebra común y la cebra de montaña. De las dos especies domesticadas se han obtenido cientos de variedades.


Paradójicamente de la mano del hombre el caballo volvió a introducirse en América tras el Descubrimiento. Nuestro compatriota Coronado soltó en su expedición unas decenas de ejemplares de las que descienden los garañones que repoblaron de nuevo las praderas norteamericanas. Y es que a partir de la llegada del homo sapiens a la escena evolutiva ya prácticamente ningún suceso natural ha vuelto a ser espontáneo. Aun somos escasamente conscientes de ello, pero debemos acostumbrarnos a vivir (y ojalá a dejar vivir) con esa pesada carga. Los caballos ya viven soportando la suya.


Cásate conmigo y nunca más miraré a otro caballo.  Groucho Marx.



lunes, 12 de febrero de 2018

CARL ANDERSON. A PROPÓSITO DE HENRY


Hijo de emigrantes noruegos, Carl Thomas Anderson nació en Madison, Wisconsin, en 1865. Comenzó a los veinticinco años dibujando caricaturas en el Philadelphia Times, alguna de ellas tan notable que se conserva en el Museo de la Industria de aquella ciudad. Pronto fue fichado nada menos que por Joseph Pulitzer (quien dio nombre a los prestigiosos premios), para dibujar tiras cómicas en el New York World, diario dirigido por el egregio periodista. En la década de 1890 Anderson triunfó con su serie The Filipino and the Chick. Poco después fue llamado por William Randolph Hearst, que siempre se afanaba en contratar a los mejores para trabajar en sus publicaciones. En el New York Journal del magnate dibujó las tiras Raffles and Bunny. Colaboró también en otras publicaciones como Judge, Life y Puck. Anderson hizo célebre su firma al pie de sus trabajos, con la ese mayúscula de AnderSon.

En el tristemente célebre crack del 29, no solo quebraron bancos e industrias. También se vieron afectados los periódicos y todo tipo de publicaciones, por lo que Anderson, como otros muchos dibujantes, se vio abocado al paro. Volvió a su Madison natal, y allí tras unos años en blanco, reinventándose desde la nada, resurgió con nuevo ímpetu y con un nuevo personaje que le haría mundialmente célebre. Se trata de Henry, un chiquillo cabezón y calvo capaz de resolver cualquier situación de la manera más disparatada. Las historietas de Henry eran casi siempre mudas o con muy pocos diálogos, lo que le abrió las puertas de otros países y otras culturas lejos de América. Henry apareció por vez primera en 1933 en The Saturday Evening Post. Los derechos fueron adquiridos por el poderoso King Features Syndicate, que publicó las aventuras de Henry hasta la muerte de Carl Anderson, acaecida en 1947, y después continuó editándolas con la firma de otros dibujantes. Secuela de Henry y también obra de Anderson fue la niña Henrietta, precursora de otras niñas del comic como Lulú o Periquita.

Os dejamos una breve muestra del talento creativo de Carl Thomas Anderson y de su travieso Henry.
















viernes, 9 de febrero de 2018

CLARK GABLE, EL GALÁN DE LOS GALANES



Aquello de “soy un truhán, soy un señor” podría haberle ido como anillo al dedo a Clark Gable. Ya desde sus primeros pasos en los platós, Gable se granjeó una merecida fama de golfo, que no le abandonó hasta el fin de sus días. Quizá con el único paréntesis de su breve matrimonio con Carole Lombard, que se truncó con la repentina muerte de la dama, Gable vivió la vida de forma intensa, visitó las camas de prácticamente todas las estrellas femeninas de Hollywood, se comió el mundo y se bebió hasta el agua de los floreros. Delante de una cámara sabía ser un tipo duro, pero también tierno con las chicas cuando convenía. Se le atribuyeron varios hijos naturales, uno de ellos lo tuvo con Loretta Young. En ocasiones era también un poquito borde, como cuando procuraba comer ajos y pasarse días sin cepillarse los dientes, durante el rodaje de Lo que el viento se llevó. Lo hacía para fastidiar a Vivien Leigh en las escenas con besos. Con aquella única excepción (ambos se odiaban a muerte), alrededor de Gable circulaba la leyenda de que siempre enamoraba a sus compañeras de reparto. Su canto del cisne en ese terreno debió ser Marilyn Monroe durante el rodaje de Vidas rebeldes, cuando el supergalán tenía ya casi sesenta años.
Hoy en nuestra filmoteca os invitamos a visionar el trailer oficial de San Francisco, un peliculón de la MGM que dirigió W.S. Van Dyke en 1936. El filme contó con un Clark Gable en todo su apogeo físico, bien secundado por una cantarina Jeanette MacDonald que por supuesto cayó rendida en sus brazos, y el contrapunto de un joven Spencer Tracy empeñado en ganar a Gable para la causa del bien. Haced clic en la carátula y sentid unos minutos la nostalgia de aquel cine vetusto del dorado Hollywood capaz de convertir hasta un terremoto en una fiesta de música y canciones: ¡Saan Franciscooo...!

Próxima entrega Vivien Leigh