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sábado, 24 de febrero de 2018

LA HELENIZACIÓN DE JUDEA


Todo indica que los judíos del antiguo reino no interesaron demasiado a los griegos. Ni la vuelta de la cautividad de Babilonia, ni la paz que disfrutó el autoproclamado pueblo elegido bajo la égida del gobernador persa (comienzo de la época del judaísmo y del segundo Templo) quedaron recogidas en sus crónicas. Sólo tenemos noticia de aquellos sucesos a través del antiguo testamento. Herodoto, que visitó toda la Persia, ni siquiera menciona a los judíos. Entraron por primera vez en contacto con el helenismo, y por añadidura con la Historia, cuando Alejandro Magno tomó Jerusalén. En la partición posterior a la muerte del macedonio, Judea cayó bajo el dominio de los ptolomeos, lo que provocó un gran flujo de judíos hacia Alejandría, y no sólo de Judea, sino de Egipto, Siria y otros lugares donde residían desde hacía mucho tiempo, en realidad desde la diáspora que se produjo como consecuencia de la cautividad en Babilonia.

Como habían transcurrido varias generaciones desde entonces, muchos de los judíos que se instalaron en Alejandría no comprendían ya el hebreo, de ahí la necesidad de traducir al griego (lengua franca de la época) las Escrituras. Esta fue desde el siglo III a.C., la versión llamada de los Setenta que más tarde heredaría el cristianismo. Los ptolomeos se mostraron tolerantes respecto a los judíos de Alejandría y de Judea, pero la situación cambió cuando, por la degeneración de la dinastía, la potencia de Egipto se debilitó, y sus posesiones en Siria cayeron en manos de los seléucidas. Siguiendo el ejemplo que habían dado antes los ptolomeos, los seléucidas rodearon Judea de un estrecho círculo de colonias griegas, y Antonio IV Epifanio fue tan insensato que intentó helenizar el mismo Templo de Jerusalén, lo que provocó la inmediata revuelta de los macabeos. Una vez prendida la llama de la rebelión, no pudo ser sofocada ni siquiera después de que la gente de Antonio desistiera de su intento. Al contrario, aquella contaminación de la pureza a que se habían atrevido los gentiles, desató la ira de los judíos más exaltados.


En parte gracias a las disensiones que se produjeron rápidamente en el reino de los seléucidas, y en parte también gracias a su heroísmo personal, los macabeos lograron no solo conservar la independencia de Judea, sino incluso anexionarse Transjordania, Samaria (también de religión judía, aunque cismática) y Galilea, que era tierra de gentiles. Judea conoció entonces una efímera grandeza que su pueblo no recordaba desde los tiempos míticos del gran rey David y de Salomón. Siguieron sin embargo, sufriendo la influencia de las ciudades griegas de sus contornos, cuya proximidad creaba corrientes de protesta contra la ortodoxia estricta reinstaurada por los macabeos. La heterodoxia se iba extendiendo como un veneno, no sólo en Galilea y Samaria, sino también en el mismo corazón de Judea, y tuvo como consecuencia la formación de un poderoso partido de helenizantes, fenómeno que a su vez, produjo la reacción de los fariseos. La dinastía de los Herodes (muy especialmente Herodes el Grande), que reemplazaron en el año 37 a.C. a los macabeos, fueron primero verdaderos administradores helenísticos, y después representantes de la autoritas romana en la región.


Tanto en el final del helenismo como durante el Imperio romano, Judea constituyó un fuerte bastión de occidente frente al empuje de las culturas orientales en una zona geográfica que hoy igual que entonces, tiene una importancia estratégica de primer orden. Resulta esencial conocer estos antecedentes para entender mejor el fenómeno de la expansión del cristianismo. Jesús, judío, si, pero galileo y hasta cierto punto helenizado, censuró muchas veces a los fariseos que representaban la religión más ultraconservadora y reaccionaria de su tiempo. Hubo otras sectas judías (saduceos, esenios, celotes...) y otras corrientes religiosas de origen oriental (mitraísmo, mazdeismo...). Todas aquellas ideas y otras muchas fueron importadas a las principales ciudades del Imperio por los legionarios eméritos que habían servido en lejanas tierras, pero de entre todas ellas triunfó precisamente el cristianismo, que llegaría a sustituir a la religión greco-romana, proclamándose religión oficial. A semejante éxito contribuyeron diversos factores que sería largo incluso enumerar. No nos cabe duda de que uno de ellos, y no el menor, fue la helenización y posterior romanización de Judea y de los judíos.


Hay que tener cuidado al elegir los enemigos porque acaba uno pareciéndose a ellos.



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