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martes, 27 de marzo de 2018

LA INDISCRECIÓN DEL DUQUE DE DIRTYMOUTH



En aquel Londres imperial y en toda Inglaterra, eran célebres las veladas que ofrecía lady Hamilton a sus invitados, un grupo de los más selectos y emergentes personajes de la mejor sociedad londinense. A una de ellas asistía por vez primera el duque de Dirtymouth, un caballero rico con fama de aventurero, procedente de las colonias, y rodeado de un oscuro halo de misterio. La buena sociedad le tenía por un advenedizo, pues se rumoreaba que su origen era plebeyo y arrastraba un pasado turbio, que el duque se esforzaba en enterrar.
En el lujoso salón se hicieron corrillos. De vez en cuando sonaba por encima del rumor general, la risa de alguna joven dama a la que algún galante caballero requebraba con halagadoras palabras. Lady Hamilton pidió atención haciendo sonar tintineante la cucharilla en su taza de té. -Juguemos a las adivinanzas -propuso-, e inmediatamente se hizo el silencio en la estancia.

La noble dama, que estaba muy cerca de una de las ventanas, acertó a ver pasar por el jardín una de sus yeguas conducida por un mozo de establo. Se trataba de un animal de carácter difícil, que inspiró a su dueña la siguiente adivinanza: -Es hermosa, parece dócil y su piel es suave, pero si la acaricias y te pones a horcajadas sobre ella, inesperadamente se crece, haciéndose dura y salvaje-. Todos callaron excepto el duque de Dirtymouth que, poniéndose en pie como animado por un resorte, exclamó: -¡la polla!-...
Podrá suponerse la conmoción que causó en los asistentes aquel exabrupto. Varias jóvenes damas se desmayaron, y algunos caballeros protestaron indignados. La anfitriona, dejándose oír sobre el tumulto, se dirigió a su fiel mayordomo, ordenando: -Perkins, traiga el capote del duque, porque debe dejarnos-. Dirtymouth, avergonzado, suplicó clemencia: -Milady, os suplico que disculpéis mi incalificable conducta. Sinceramente, no sé qué me ha pasado. Si tuvieráis la bondad de perdonarme-... Y como quiera que intercedieron por él muchas damas distinguidas, algunos importantes caballeros, e incluso el mismo príncipe de Gales, la anfitriona accedió cortésmente a disculpar al indiscreto.

Se reanudó el juego. Lady Hamilton se fijó en el brillante anillo de pedida que lucía en el dedo su sobrina la duquesa de Lancaster, y dijo: -Al principio cuesta un poco de introducir, pero cuando penetra hasta el fondo, produce una gran satisfacción a la hermosa novia-. Otra vez un silencio sepulcral, y de nuevo se levantó Dirtymouth. -Ahora si, ¡la polla!- proclamó con cierta solemnidad el duque.
Si grande había sido la conmoción anterior, difícilmente acertaremos a describir la consternación que siguió a esta reincidente torpeza. De nuevo lady Hamilton requirió al mayordomo: -Perkins, el capote del señor, que esta vez sí se marcha-. Y de nuevo la súplica del invitado que puesta la rodilla en tierra, imploró perdón. -Tenéis mi palabra- añadió humildemente, -de que no volverá a ocurrir. De nuevo también muchas damas distinguidas, algunos importantes caballeros, e incluso el mismo príncipe de Gales, volvieron a interceder por el duque, de manera que la generosa anfitriona no tuvo más remedio que acceder otra vez a disculpar la torpeza de su invitado.

Siguiendo con el inocente pasatiempo de las adivinanzas, esta vez lady Hamilton observó a uno de los invitados mojando una galletita en su té, lo que le sugirió el siguiente acertijo: -Entra dura y seca, y sale blanda, empapada y goteando-...
...Un interminable silencio siguió a las palabras de la anfitriona. Todas las miradas sin excepción se posaron en Dirtymouth que, apenas apoyado en el borde de su silla, y con el rostro congestionado, parecía librar una feroz batalla contra sí mismo. Respiró profundamente, se incorporó lentamente, y con gran aplomo se dirigió al mayordomo con estas palabras: -Perkins, campeón, anda y traeme la chupa, que me piro... porque, chico,... ¡esto es la polla aquí y en Bombay!
Entre los miembros de la buena sociedad se estableció el acuerdo tácito de no referirse jamás en público a este vergonzoso episodio que hoy en Bigotini, cumpliendo con el sagrado deber de informar puntualmente a nuestros fieles seguidores de todos los acontecimientos históricos, hemos desvelado. Naturalmente el duque de Dirtymouth no volvió a pisar jamás los salones de lady Hamilton. No obstante, hemos llegado a saber que se convirtió en el amante de muchas damas distinguidas, de algunos importantes caballeros, y hasta del mismo príncipe de Gales.

-Oye papá, ¿qué significa paradoja?
-Verás, paradoja es que tú seas pelirrojo como el vecino, y tenga que ser yo quien conteste a tus absurdas preguntas.




sábado, 24 de marzo de 2018

LA MADRE DE MENDELEYEV, LA TABLA PERIÓDICA Y EL SOLITARIO


Publicado en nuestro anterior blog en mayo de 2013

Dimitri Mendeleyev

Cuenta Bill Bryson en Una breve historia de casi todo que Dimitri Mendeleyev nació en la población siberiana de Tobolsk en 1834. Era el hijo menor de una extensa familia (catorce o diecisiete hermanos, según distintas versiones). Su padre, maestro de escuela, quedó ciego, y su madre tuvo que sacar a la familia adelante. Aquella mujer admirable estaba decidida a que su hijo Dimitri estudiase una carrera, así que lo tomó de la mano, y sin dinero ni medio de locomoción alguno, recorrió los más de 6.000 kilómetros que separaban su pueblo de San Petersburgo. Lo dejó a cargo de los responsables de un instituto, y agotada por completo, murió poco después.

El joven Mendeleyev no podía defraudar las esperanzas que su heroica madre había puesto en él, y terminó brillantemente sus estudios, consiguiendo poco después un puesto en la universidad. Desoyendo los consejos de sus profesores, se inclinó por la Química, que en aquel tiempo era una ciencia bastante caótica y carente por completo de rigor científico. Los químicos de la primera mitad del siglo XIX eran en el mejor de los casos alquimistas bienintencionados, y en el peor, vulgares charlatanes. Utilizaban una desconcertante variedad de símbolos y abreviaturas, y era común que cada uno inventase las suyas, con lo que no había forma de atar cabos.

Amedeo Avogadro
Unas décadas antes, en la época napoleónica, un soberbio noble italiano, el conde de Quarequa y Cerreto, cuyo nombre completo era Lorenzo Romano Amedeo Carlo Avogadro, había tenido la feliz idea de agrupar los elementos en función de su peso atómico. Algunos químicos seguían este sistema, pero otros preferían clasificarlos por sus propiedades (metales, gases, etc.). Mendeleyev se dio cuenta de que ambas cosas podían combinarse en una sola tabla. Dice la leyenda científica que aquel siberiano barbudo se inspiró en el clásico solitario en el que las cartas se ordenan horizontalmente por el palo y verticalmente por el número. Ateniéndose a este principio, Mendeleyev dispuso los elementos en filas horizontales llamadas periodos (de ahí lo de tabla periódica), y en columnas verticales llamadas grupos. Utilizó también las valencias electrónicas, y compuso con ello una tabla que muestra un conjunto de relaciones cuando se lee de arriba abajo, y otro cuando se hace de lado a lado. Las columnas verticales agrupan sustancias con propiedades similares. Así el cobre queda encima de la plata, y la plata encima del oro, por sus afinidades químicas como metales, mientras que el helio, el neón y el argón están en otra columna compuesta por gases. Las filas horizontales disponen los elementos en orden ascendente según el número de protones de sus núcleos, es lo que se conoce como número atómico.


En palabras de Robert Krebs, la tabla periódica de los elementos químicos es el cuadro organizativo más elegante que se ha inventado jamás. En la época en que Medeleyev expuso su idea, sólo se conocían 63 elementos, pero su tabla predijo con una exactitud matemática, dónde encajarían los nuevos elementos cuando se hallasen. En aquel momento ni siquiera se conocía el helio, que es el segundo elemento más abundante del universo, y ocupa tras el hidrógeno, ese mismo puesto en la tabla periódica. Hoy en día hay 92 elementos que aparecen en la naturaleza, y un par de docenas más, de vida muy efímera por su inestabilidad, que han sido creados en el laboratorio. Nadie sabe con exactitud hasta dónde podría llegar la tabla, aunque todo lo que supere el peso atómico de 168 se considera puramente especulativo. Pero de lo que podemos estar bien seguros es de que todo lo que se encuentre encajará limpiamente en la tabla del genial Mendeleyev.


Las cataratas del Niágara son la segunda gran decepción de las recién casadas.  Oscar Wilde.



miércoles, 21 de marzo de 2018

VIEJOS TEBEOS. LOS PRECURSORES ESPAÑOLES



La caricatura y el dibujo humorístico español hunde sus raíces ya en la profundidad del XVIII y en el romántico XIX, donde se publicaron bien de forma abierta o casi siempre clandestina, sátiras gráficas de diversa índole. A los hermanos Bécquer, Gustavo Adolfo y sobre todo Valeriano, que era un gran artista, se atribuye la serie cómico-pornográfica que ridiculizó las andanzas y proezas sexuales de la reina Isabel II. Publicaciones como La Ilustración Española y Americana, o más tarde Blanco y Negro, fueron pioneras en dar a conocer el magnífico trabajo de algunos de los más interesantes ilustradores y caricaturistas españoles.
Fue ya en las postrimerías del XIX y en los primeros años del siglo XX, cuando adquirieron carta de naturaleza las historietas, a imagen y semejanza de las tiras cómicas foráneas, y los chistes gráficos. La inmensa mayoría de las publicaciones gráficas enfocadas al público infantil o a los adultos, vieron la luz en Madrid, Barcelona, y en menor medida, Valencia.

En la capital aparecieron revistas festivas como Guasa Viva, Monos, Macaco o Buen Humor, lúcidos antecedentes de otras publicaciones míticas que les sucederían. Entre los artistas madrileños o que publicaban en el Madrid fini y neosecular destacaremos a Ramírez, Reinoso, Sileno, Sama, Planas, Garrido, Xaudaró o K-Hito. Los editores barceloneses dieron el salto de la revista gráfica para adultos, como Papitu o Cu-Cut, a las publicaciones infantiles con historietas, tal como concebimos los que luego serían típicos tebeos españoles. Entre estos últimos pueden mencionarse B-B, Chiquitín, Pocholo, Charlot o Dominguín. Y entre los dibujantes e historietistas que trabajaron en las editoriales catalanas destacan nombres tan ilustres como los de Opisso, Apeles Mestres, Pellicer Montseny o Carlos Bech. De algunos vamos a ocuparnos expresamente en sucesivas entregas de esta atípica Historia del Cómic que venimos ofreciéndoos periódicamente.
Para abrir boca, aquí tenéis un ramillete de ejemplos del trabajo de aquellos primitivos precursores. Esperamos que os gusten tanto como a nosotros.




































domingo, 18 de marzo de 2018

VERONICA LAKE. MIENTRAS DURÓ SU BRILLO




Idiota, zorra y otros calificativos semejantes, ilustran sobre cómo muchas veces un físico angelical puede albergar personalidades tóxicas. Este parece ser el caso de Veronica Lake, una estrella polémica en aquel Hollywood complejo de la edad dorada. Su rostro y su figura eran capaces de enamorar a las cámaras y por supuesto, a los espectadores, pero entre bambalinas la bella Veronica libraba día tras día una batalla que desde su comienzo estaba condenada a perder, porque la libraba contra sí misma. El alcohol y las drogas, que entonces como ahora, eran inseparables compañeros del éxito fácil y no bien asimilado, hicieron presa en aquella pobre chica. Bueno, así es la vida, y la de Veronica Lake fue profundamente desgraciada.
Nos quedan su recuerdo y el homenaje estético que en 1997 le rindieron Curtis Hanson y Kim Basinger en L.A. Confidencial. Ahora os proponemos visionar un breve video que recoge las mejores secuencias de la Lake, aderezadas con una espléndida música. Haced clic en la foto, y recrearos durante unos minutos con el recuerdo de la estrella mientras duró su brillo.

Próxima entrega: Alan Ladd


jueves, 15 de marzo de 2018

EL LÁNGUIDO ATARDECER VENECIANO



De las apresuradas notas del diario de viajes del profesor, extraemos como solemos hacer en estos artículos, sus impresiones de la hermosa Venecia:
Viaje en tren. Muy cómodo. Llegamos a Venecia, Santa Lucía, con un ligero retraso de veinte minutos. Al salir de la estación nos topamos de golpe con Venecia en todo su esplendor. Posiblemente, la ciudad más hermosa del mundo. Un estallido de luz, color y belleza que emociona hasta al más insensible. Canales. Puentes. Góndolas, lanchas y toda clase de embarcaciones ligeras. Edificios de ventanas prodigiosas y balcones imposibles asomados al verde azulado del agua y a los reflejos del sol. ¿Dónde están mis gafas de sol? La luz extraordinaria de Venecia ha enamorado a los artistas durante veinte siglos. Para ir al hotel tomamos una lancha–taxi que va dando saltos en el agua. En el trayecto nos hacemos fotos con las caras alegres y los pelos revueltos.


Nuestro hotel veneciano es digno de verse. El palazzo Guardi, un edificio histórico (siglo XV) en Dorsoduro, lo más al sur de Venecia si se considera, como me asegura Marisol (bien documentada), que la isla de la Giudeca ya no es Venecia. Nos dan una suite con habitación aparte y por fin una cama grande para Laura. La nuestra es de dos metros y el baño magnífico. Un hotel notable, con la sola tacha del ascensor. El hueco de las escaleras es prácticamente inexistente y sólo ha quedado sitio para un curiosísimo montacargas que te sube las maletas siempre y cuando mantengas el pulsador apretado durante todo el trayecto. Son ya más de las tres de la tarde, así que comemos algo apresuradamente en el primer sitio que encontramos y con el mapa de Venecia en la mano (en la de Laura, naturalmente), nos ponemos a recorrer la ciudad sin más preámbulos. Venimos ya tan rodados, que no hace falta andarse con ceremonias. Larguísima caminata con fotos en los rincones pintorescos, lo que en Venecia equivale a decir cada metro y medio. Marisol inicia su cuidadoso repaso a los escaparates de las tiendas, que estamos seguros de que se prolongará a lo largo de toda nuestra estancia en la ciudad. Para decirlo todo, a Laura y a mí los escaparates venecianos nos atraen más que los de otros lugares. El nivel de la artesanía es aquí muy elevado. Las cristalerías, jugueterías, papelerías y tiendas de disfraces son en Venecia todo un espectáculo que gusta hasta a los menos inclinados a ir de tiendas.


Una agradable sorpresa en el primer y apresurado reconocimiento de la ciudad: en Venecia hay tascas muy parecidas a las españolas. Viejos bares con mostradores de mármol donde uno puede tomarse unos vinos o un vermout y picar pinchos y banderillas. Nos gusta sobre todo uno muy cercano al hotel y frecuentado por americanos, al que nos aficionamos en la primera entrada. Amor a primera vista. Finalmente celebramos la llegada a Venecia con una cena en la Taverna San Trovaso. En el número mil y pico de Dorsoduro, Fondamenta de S. Trovaso (aparece en todas las guías). Una gran cena. Entrantes de curados y surtido de pescados con vieras, gambas, mejillones, almejas, anguilas, rape, boquerones y escorpiones de mar. Chuletón de buey, brocheta de langostinos y una sepia a la veneciana (en su tinta) con polenta, verdaderamente de sobresaliente. El pinot blanco de la casa es delicioso y los postres magníficos. Nos recogemos en el hotel y comprobamos con alegría que no es necesario poner el aire acondicionado y que hasta es posible que tengamos que taparnos por la noche. La inmediata proximidad del mar suaviza el clima y conforta el alma.


Quién sabe si el sentido estético se llevará también en los cromosomas. Lo que excede a toda lógica es que en cualquier rincón, en cualquier pequeña tienda, se hallen tantos objetos hermosos y tan armoniosamente dispuestos como lo están en Venecia. Tiendas de arte, bazares, cristalerías o joyerías, ofrecen al curioso un espectáculo inigualable. Si a este acentuado sentido de la belleza, se añade el marco de la ciudad, el conjunto resulta sencillamente de ensueño. Venecia y Estambul deben ser las dos ciudades en donde más armoniosamente conviven Oriente y Occidente. El influjo oriental se deja notar en Venecia en los templos, donde abunda lo bizantino y sobre todo en la arquitectura civil que exhala aromas arábigos y orientales. Por otra parte, hojeando cualquier guía, uno se da cuenta del increíble número y variedad de artistas que han sido atraídos por la ciudad y no sólo en los siglos de mayor esplendor de la República de Venecia, sino incluso en la actualidad. La nómina de artistas residentes es considerable y hay abiertas al público galerías de arte que funcionan y hacen negocio diariamente, con la misma naturalidad que una inmobiliaria o una frutería. Por la tarde paseamos y picamos algo en los bares. Acabamos cenando en el puerto, a la orilla del mar, con una puesta de sol espléndida y una luna llena de apoteosis. Al pedir la cuenta llega el crujir de dientes. Nos cobran casi cien euros por una cena no demasiado espléndida, pero eso si, con esa amistosa simpatía que saben desplegar los pillastres italianos para hacer que el turista quede contento hasta en estos casos. No siempre se elige bien, ¡que le vamos a hacer!


Aunque ha sido restaurado un montón de veces, el palazzo Guardi conserva su sabor original. Las paredes de piedra (incluso las interiores) tienen un espesor de cuarenta centímetros. Nuestras habitaciones están enteladas con el típico tapizado veneciano del XVIII y los muebles están a tono con el mismo estilo. En los desayunos ya no tomamos capuccinos como en Roma y Florencia, sino que nos inclinamos por los zumos de frutas, que son excelentes y por el ciocolatto caliente y espeso, que proporciona energía para el día entero. Por cierto, la energía es más que necesaria para recorrer las callejas venecianas y ascender una y otra vez los escalones de los innumerables puentes.


Ya he dicho más arriba que en Venecia se puede ir de tapas como en Zaragoza. Nuestro favorito (y al parecer, el de los americanos) es la Cantinone già schiavi (algo así como la cantina de los esclavos) di Lino Gastaldi. Dorsoduro, Fondamenta S. Trovaso 992. Vermouts, campari soda, vinos tintos del Véneto, blanco pinot que sirven helado, el famoso proseco tan típico de Venecia (un espumoso riquísimo); el Bellini, un cocktail muy popular a base de vino de aguja y zumo de melocotón; y el fragante licor fragolino, un aperitivo dulce que se bebe muy frío y cuya fórmula es secreto de la casa. Varios ejemplos de tapa: un “quesito” de mortadela boloñesa con una guindilla en vinagre (peperoncino) encima; una banderilla de cebolleta, anchoa y alcaparras; montaditos de queso con tomate o con anchoas (hay que decir que las anchoas son más bastas que las nuestras y tiran un poco a sardina rancia). Visitamos el barrio judío y comemos en la pizzería Al Faro (no confundir con Alfaro de La Rioja), en el Campo del Gheto Vechio, el corazón de la judería. Carpaccio di manzo (buey) con grana padanno y un rissotto de gambas y verduras sabrosísimo. Un sitio bueno y barato. El barrio está lleno de judíos ortodoxos de los que llevan sombrero, traje negro y fajilla de flecos y no se afeitan nunca la barba. Están celebrando el sabat y parecen haber salido todos a la calle. La mar de vistoso.


Cena en La Rivista. Dorsoduro 979, detrás de la parada de vaporetto de l’Academia, junto al hotel Ca’ Pisani. Un restaurante moderno y ultrapijo con platos de diseño a un precio asequible. Selecciones de quesos y curados del país acompañados de rueda de salsas (te lo explican todo y te indican el orden en que conviene ir probándolo). Un rissotto negro y oro con langostino envuelto en dulce de huevo. Rollito de costilla de ternera rellena en lecho de verduritas. Brocheta de sepias enteritas al aroma de romero con rissoto de curry. Aguas y cafés. Todo por ochenta y seis euros. Con diferencia, lo más recomendable de Venecia.


En los viajes es frecuente padecer cierto estreñimiento. Ello se debe a que abandonamos nuestras costumbres regulares y a que solemos consumir menos fibras vegetales de lo habitual. Una solución sencilla: en Venecia pueden encontrarse las mejores ciruelas de Italia. Sólo hace falta comprar ciruelas en algún puesto del mercado y comer unas cuantas cada día. El agua hace lo demás y así nos aseguramos de mantener un adecuado tránsito intestinal. Un cálculo aproximado de unos treinta kilómetros al día cuando se recorren a pie ciudades y museos, no es tan descabellado como parece. Esto nos lleva a la cifra de unos cuatrocientos cincuenta kilómetros en estas dos semanas, lo que equivale a más de la mitad del Camino de Santiago desde Roncesvalles. Creo que nos habremos ganado algún Jubileo. Hoy hemos visto los palacios, museos, bibliotecas y prisiones de los Dogos de Venecia. Un recorrido de cinco horas sin descanso. Después de tomar un bocadillo y reponernos un poco en el hotel, volvemos por la tarde a la carga. Quedan por comprar aún algunos souvenirs. Cena de despedida en el Sole Luna, en Dorsoduro, frente al canal de la Giudeca. Quesos, pasta, pescados y el mar y el cielo veneciano como telón de fondo. Nos despedimos de Venecia. Breve paseo bajo las estrellas y a dormir, que mañana será un día muy duro.


Desayuno a las nueve. Compras apresuradas de última hora. Hacemos las maletas (pesan como muertos). Tomamos el vaporetto en l’Academia y a las diez y media ya estamos en Piazzale Roma, el único lugar de Venecia a donde llegan los vehículos terrestres. Tomamos un autobús para el aeropuerto Marco Polo. Larguísima espera para el avión a Barcelona, que viene con retraso. Nos aburrimos, tomamos algo, facturamos las maletas, nos volvemos a aburrir. Al pasar el control hay algo en el bolso de Laura. Es una navaja suiza de esas que llevan sacacorchos, tijeras y mil cosas más. Los policías nos hacen saber que están seguros de que no somos terroristas (declaración que agradecemos mucho), pero las normas son las normas y no pueden hacer excepciones. Como ya no tenemos bultos que facturar, no hay más remedio que abandonar la navaja en territorio extranjero. Se la confiamos a un guardia rubicundo de rostro bondadoso que, los días que tenga interrogatorio, no podrá hacer otro papel que el de poli bueno. Emocionado, nos promete que jamás se separará de ella, salvo, claro está, cuando deba tomar un avión. Por fin embarcamos (un verbo que siempre me ha parecido raro para montarse en un avión; pero sin duda es el correcto). Despegamos a las cinco de la tarde. Un dato curioso: la comandante del vuelo es una señora o señorita llamada Anna María. Fuerte rumor entre el pasaje. Algunos varones hacen chistes malos sobre mujeres al volante y sus acompañantes femeninas los fulminan con la mirada o algo peor (escucho detrás de mí un clarísimo “stupid”, dirigido a algún marido).


Aterrizamos en El Prat. Breve espera por las maletas, que aparecen sin problemas. Corremos a la terminal de trenes. Hay huelga de Renfe. Tomamos un cercanías del aeropuerto a la estación de Sans. Está abarrotado, vamos como gorrinos cubiertos de sudor. Durante el trayecto lucho a brazo partido por apartar varios sobacos de desconocidos que amenazan mi rostro. En Barcelona reina un calor húmedo y pegajoso. En Sans cogemos un taxi a la estación de autobuses del Norte (recuérdese que hay huelga de trenes). Encontramos una larguísima cola para sacar los billetes del autobús a Zaragoza. Después de tres cuartos de hora en la cola, no quedan plazas para el próximo autobús, que es el de las nueve y media, y nos contentamos con el siguiente, el de las diez y media. Como estamos muertos de hambre y de sed, tomamos los últimos bocadillos que quedan en la cantina. Se trata de un lugar cutre y deprimente. Salimos de allí enseguida porque ya están cerrando. Montamos en el autobús y después de tres horas y media de un trayecto tedioso en el que uno no encuentra nunca la postura cómoda, llegamos finalmente a Zaragoza a las dos de la madrugada. Ha venido a buscarnos Javi (el mejor sobrino del mundo), que nos lleva a casa (hogar, dulce hogar) a nuestras maletas y a lo que queda de nosotros tres al final de una horrible jornada de viajes, esperas y toda clase de incomodidades. Por suerte Javi nos ha reconocido al instante, a pesar de nuestros rostros ajados. Una vez en casa, ni siquiera nos quedan fuerzas para abrir las maletas. Sólo queremos dormir. Tal vez soñar...


-Cariño, ¿si me pegara un tiro, lo sentirías?
-Pues claro hombre, ¿te has creído que soy sorda?