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miércoles, 25 de abril de 2018

NÁPOLES Y LA COSTA AMALFITANA


El sur de Italia, tan diferente del norte, y Nápoles, tan diferente de cualquier otro lugar del mundo, cautivaron a Bigotini y sus chicas. Luz y color que inundan los sentidos, reciben al viajero. Ahí están los italianos del sur, los napolitanos, vocingleros, latinos y todo lo apasionados que establecen los tópicos, resultan encantadores a su manera. Un paseo por el puerto, un garbeo por el barrio español o una pizza en Gino Sorbillo, allí donde se inventaron las más auténticas, bastan para enamorar a cualquier turista. Ropa tendida, música callejera, motos con dos, con tres ocupantes, zigzagueando por las estrechas callejas... todo eso es Nápoles, y muchas otras cosas. También Nápoles es todos esos montones de basura pudriéndose al sol por el curioso designio de los capos de la camorra. Pero se perdona hasta eso cuando suena dulcemente una mandolina y cuando se degusta uno de esos sabrosos tés con limón o se disfruta de una pizza margaretta en casa del citado Gino Sorbillo, entre el estrépito de platos y vasos, y las animadas voces de los parroquianos.


En todas partes se aprecia la huella de España, la de Aragón más concretamente. Son siglos de historia compartida que no pueden obviarse así como así. Obligada es la visita a las imponentes ruinas de Pompeya y de Herculano, una tragedia y también un milagro conservado entre cenizas y rescatado precisamente por un zaragozano como fue don Roque Joaquín de Alcubierre, paisano ilustre y pionero de la arqueología moderna. Mención especial en el terreno de las visitas culturales, merecen las catacumbas de san Genaro, el buen Genarino, patrón y héroe fundacional de los napolitanos. Ensalada capresse. ¿Qué decir de la deliciosa mozzarella que cada tarde llega a las mesas desde las cercanas granjas? Hay que pedirla siempre en la cena, cuando está más fresca, porque en el almuerzo te darán la del día anterior. Las carnes rojas son más rojas que en ningún otro lugar de Italia, y los pescados atesoran todo el sabor del Mediterráneo. El callejeo interminable, las tascas y los pequeños bistrós con mesitas en la calle, ablandarán al más duro.


Siguiendo la línea ferroviaria de la costa, llegará el viajero a Sorrento, allí donde siempre se vuelve, y tomando luego un autobús que le llevará por la serpenteante carretera que bordea los acantilados, nos plantamos en Minori, una auténtica perla engastada en la corona de la costa amalfitana, la costiera.
Minori es un pequeño pueblo de pescadores, asomado al más azul de los mares mediterráneos. Tiene las ruinas de una vieja villa romana de vacaciones en la que moraba algún rico patricio que se libró de la funesta erupción pompeyana. Tiene un pequeño y encantador hotel familiar, el Vila Romana, donde se alojaron Bigotini y sus chicas. Vistas magníficas, grandes desayunos y coqueta piscina. Tiene además la bendición de los dioses marinos. Las horas transcurren plácidas en Minori. Playa paradisiaca, sombreadas terrazas y fresquísimas cervezas. Cuando el día declina vuelven los pescadores con su coleante y viviente cosecha marina. Poco después podrán degustarse esas exquisiteces en cualquiera de los tres o cuatro restaurantes de la localidad. Fritura de pescados, calamares, lubina... Pasta rellena de gambas, de sepia, de pulpo... La panadería local es a la vez, un pastificio en el que se preparan los spaguetti frescos o los penne rigate que te zamparás en la cena. Homérico.


A los tres días de estancia, te saludan el carnicero, el panadero o la estanquera, y te tomas unas cervezas con el marido de la peluquera. Minori es lo que se dice un pueblecito encantador. Desde su diminuto puerto parten pequeños barcos de pasajeros que te conducen a la vecina Mayori, a Amalfi, a Positano, a Capri. Todas son visitas obligadas, como lo es la que debe rendirse a la vecina Salerno, la capital administrativa de la provincia, y uno de los templos mundiales de la gastronomía. La isla de Capri, la mítica isla, queda a apenas una hora de barco de Minori. Marisol, Laura y Bigotini se sumergieron en las azules aguas de la célebre grotta azzurra, entre los trinos tenores de los barqueros. Capri, desde el puerto y la bahía, y Anacapri desde su estratégica elevación, cautivarán al turista con sus lujos algo añejos. Nostálgicos recuerdos de las estrellas que en los cincuenta y los sesenta, hicieron de la isla el lugar de vacaciones más glamuroso de Europa.


Amalfi, que da nombre a la costiera, seduce con su extraordinaria catedral bizantina. Amalfi fue durante el medievo pre-renacentista, una importante ciudad estado, tan notable como pudo serlo Génova o la misma Venecia. Pero un inoportuno terremoto acabó con aquella época de esplendor. Amalfi es ahora una pequeña población, eso si, con un duomo que no envidia en nada al de Milán o al de Florencia, pongo por caso. En este tiempo vive del turismo, igual que la vecina localidad costera de Positano, la capital mundial del limón y los limoneros. En Positano se come la mejor pasta con marisco del mundo entero, y en toda la costa amalfitana, la mejor mozzarella de búfala, recien hecha y fresca del día. Para el viejo Bigotini y sus chicas fueron unos días inolvidables, viajando de día en los barquitos de cabotaje por los diferentes pueblos costeros, y disfrutando después de las noches de Minori frente al mar. El profe derramó amargas lágrimas cuando tuvo que abandonar aquellos paradisiacos parajes. Si alguna vez se pierde, buscadlo por allí.


¿Qué es la riqueza? Nada, si no se dilapida. André Breton.



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